Volveremos!


Ya hay que estar mal de la cabeza para comerse eso.

Alejandra Pizarnik escribió que era imposible vivir siempre en estado de catástrofe. Las frase es cierta y por eso la gente aprovecha cualquier resquicio para asomar la cabeza: sale a comprar tres veces al día, saca a pasear al perro hasta dejarlo medio lisiado, acompaña a los niños al parque como si no hubiera un mañana y, dentro de unos días, asistiremos a la eclosión de una epidemia de runners con equipaciones fluorescentes que si no acojonan definitivamente al virus tiene que ser porque desde luego no es de este mundo.

En fin, que poco a poco iremos pasando de la prisión domiciliaria a la libertad vigilada. Con la alegría natural del que escapa del cautiverio y con la prevención del que sabe -aunque algunos parezcan haberlo olvidado- que allá afuera nos espera de nuevo, invisible pero amenazante, la insidiosa criatura (me refiero, una vez más, al virus y no a Echenique), dispuesta a infligirnos uno a uno todos los síntomas que no se cansan de relatarnos en esos telediarios que ahora se parecen a las viajas proyecciones de cine en sesión continua, porque ocupan todas las horas de la parrilla televisiva. 

En fin, que salir saldremos y ya veremos como nos sienta la intemperie. Según como vaya la cosa nos pasaremos el mes de junio de regreso al confinamiento, aunque yo creo que el momento cumbre va a ser el otoño que viene, cuando aprovechando el primer relente y la insana compañía de la gripe y los catarros nasales el coronavirus vuelva por sus fueros. Ahí si que se va a volver a liar la de Dios de Cristo, salvo que en el entretiempo se descubra, si no una vacuna, al menos un remedio que apacigüe al bicho (me refiero al virus, no a Monedero).

De todas formas, como el futuro siempre queda muy lejos y a la vista está que no hay forma ni de predecirlo ni de ponerle remedio, lo mejor es disfrutar lo que se pueda del sol de la primavera-verano, escaparse al monte o a dónde sea para reencontrarse con la naturaleza en la compañía del menor número de congéneres posibles y, eso si, mantener toda actividad social en estado de suspensión, porque la única forma de contener esta pandemia es que, por una vez, todos actuemos con inteligencia, lo que significa, entre otras cosas, dejar de hacer el idiota y tener un poco de cuidado.

Esa inteligencia y ese cuidado no servirán para salvarnos a ninguno de nosotros en particular, porque por muchas precauciones que tomemos el bicharraco puede acabar cogiéndonos de las solapas y dándonos una buena sacudida, pero si que nos redimirán como sociedad, porque nos ayudarán a parar el golpe, a reconstruir la economía (la pobreza, además de ser terrible, también mata) y a seguir adelante, porque, aunque a ratos todos tengamos la tentación de ensimismarnos, no sirve de nada quedarse ahí parado, añorando la Feria de Muestras y los fuegos artificiales de Gijón, los conciertos de San Mateo de Oviedo, las mascaradas y la feria del ajo de Zamora, el bacalao de Valderas, el cocido maragato de Castrillo de los Polvazares, la alubiada de la Bañeza, los mercadillos medievales y navideños y otros cientos de eventos en los que me lo paso de maravilla pero que, muy a mi pesar y durante algún tiempo quedarán confinados en la terraza de mi memoria.

Sea como fuere conviene recordar una cosa: la historia del ser humano es la historia de un éxito extraordinario. Como especie hemos llegado más lejos que ninguna otra. Aprendemos de cada golpe. Y de este, por supuesto, también lo haremos: la próxima vez estaremos más atentos y más preparados, tendremos mejores antivirales y mejores tratamientos, más camas en la UCI y cuando escuchemos la noticia de que en no se qué provincia China (porque estas cosas siempre ocurren en China) alguien que acaba de comerse una empanadilla de oso panda tiene fiebre, todos sentiremos un escalofrío en la espina dorsal y si en tal ocasión al experto de turno se le ocurre decir que China queda muy lejos y que como mucho aquí habrá algún caso aislado le arrojaré -como hacía mi tío Pepe, que en paz descanse, cuando Aznar aparecía en La 1- la zapatilla de andar por casa a la televisión y declararé por mi cuenta la tercera guerra mundial, porque hacer el tonto una vez, mal, pero reincidir en la tontería ya eso sí que no. 



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