Clase


El otro día estaba viendo un video de Tik-Tok. Era una jugada de un antiguo delantero centro de River, el chileno Marcelo Salas, en la que pinchaba con la punta de la bota una pelota inalcanzable, la dejaba muerta, driblaba al defensor y acababa marcando un gol formidable como si estuviera jugando con su sobrino en el pasillo de casa durante nuestro ya legendario confinamiento. La clase, la auténtica clase, consiste en eso, en ejecutar con naturalidad, como si tal cosa, algo que resulta imposible para todos los demás, pobres espectadores de ojos asombrados. 

Esa clase, en su estado superior, es extraordinariamente infrecuente. La tenían Michael Jordan o Kobe Bryant que convertían lo imposible en ordinario veinte veces por partido y la tienen, por supuesto Nadal, Federer y Djokovic, cada uno a su manera. Y, obvio, como dirían en Argentina, la tiene Leo Messi, que es, en terminología boxística, el mejor libra por libra que yo he conocido en todos los deportes y en todos los tiempos. 

Un rasgo distintivo de todos ellos es que nunca fueron promesas y nadie tuvo que esperar a que maduraran porque en cuanto aparecieron resultó obvio que eran genios. La auténtica genialidad es un viaje sin escalas y, a menudo, sin retorno. 

Esa clase a la que me refiero sobrepasa, por supuesto, los confines del deporte, aunque en el deporte, en tanto que espectáculo, sea más fácil de percibir. La tenían Herman Melville, John Ford, Frank Sinatra y la tienen muchos de genios en todas las ramas del arte y del conocimiento. 

Si yo tuviera una fracción de esa clase no tendría que trabajar en el Ministerio de Hacienda en horario de 8 a 3 malgastando mi tiempo en actividades que no contribuyen en nada al bienestar de la humanidad pero que, eso sí, me permiten abonar los recibos a fin de mes, que no son pocos porque los que me conocen saben que yo no soy muy de ahorrar y si muy de hacer cocido para doce. 

Como tampoco soy propenso al autoengaño no tardé en darme cuenta de que carecía de ese talento -a eso de los catorce años ya era bien consciente de ello- y desde entonces esa certeza, la invencible evidencia de que siempre estaría a años luz de Melville y de tantos otros, no me ha causado tanto pesar o amargura (un poco si, todos llevamos a cuestas alguna de las variaciones del sueño de lo que podría haber sido y no fue), como admiración y sorpresa cada vez que me atropella y me sacude ese flagrante resplandor en cualquier disciplina.

Kacey Musgraves, por ejemplo, sí la tiene y por eso, en cuanto se encienden los focos y sube al escenario con esa pinta de niña buena cargada de inteligencia, talento y la dosis de ácido cianhídrico necesaria para hurgar un poco en todas nuestras heridas, algo me dice que va a ocurrir algo especial.

Beneath the light of a neon moon
If you lose your one and only
There's always a room here for the lonely
To watch your broken dreams dance in and out of the beams
Of a neon moon

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