Historias que acaban bien


A los románticos nos encanta, como al legendario coronel John "Hannibal" Smith del Equipo A, que los planes salgan bien y si para ello es preciso que en el último instante, cuando toda esperanza parece perdida, se produzca lo que mi mayorista de pescado favorito calificaría como un dramático giro de los acontecimientos, pues bienvenido sea, porque no es extraño que hasta las historias más memorables necesiten alguna licencia dramática que ayude a encarrilar los acontecimientos cuando éstos se resisten a ser encarrilados (cosa que, como todos sabemos, en la vida real ocurre con mucha frecuencia). 

En esta canción de Morgan Wallen un chico de sombrero vaquero, barba dispersa y camisa de cuadros que se ha criado en uno de esos pueblos que parecen una mancha de aceite en el pliegue de un mapa de carreteras se enamora de una vecina suya muy rubia y muy risueña, pero que (ay) tiene grabado en sus ojos el brillo de las luces de la gran ciudad y por eso cuando ella, un buen día, recoge sus cosas, se monta en su camioneta y se va, él hace lo que haría cualquiera de nosotros en tales circunstancias: lamerse las  heridas, maldecir un poco y comprar mucha cerveza para pasar el trago.

El muchacho en el fondo lo entiende. Es sólo que él no es de los que se van, porque le encanta el sitio en el que ha nacido, al que se siente atado como esta atado a sus raíles el viejo tren de mercancías que espanta a los perros con sus quejidos en medio de la noche. Además el cielo de la ciudad no es el mismo y hasta la lluvia sabe diferente lejos de casa. 

La historia podría acabar ahí, con un festival de lágrimas y ausencias y una postrera visita a alcohólicos anónimos. Pero, por suerte, al final del vídeo, con la persiana casi bajada, ocurre algo que (ay) lo cambia todo. Y a mi, que por mucho que trate de sofisticarme para disimular, no soy más que una pobre alma de cántaro propensa al pasteleo que lloró más con La La Land que con la muerte de Chanquete, me encanta que sea así, porque bien está lo que bien acaba, con felices y perdices y lo que sea menester. 

Y además estoy seguro de que hasta el coronel Hannibal Smith se fumaría un buen puro para celebrarlo.

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