Lo que nun se lleva l'aire



Un poema de Berta Piñán

Me pregunta un amable lector si leo poesía en asturiano. Ignora, y es normal que lo haga, que el asturiano es mi lengua materna: la lengua en la que me reñía mi abuela cuando regresaba a casa con las rodillas en carne viva, la lengua con la que conversaba con los perros junto a la castañal y la lengua de todos esos días de infancia que no regresarán de este desmayado presente de pandemias y monóxido de carbono.

El asturiano es una lengua modesta que sólo frecuenta la gente de los pueblos y cada vez menos, porque los viejos que aún lo hablan se mueren mucho más de lo que deberían y los niños -en el colegio, en la televisión, en todas partes- se zambullen muy pronto en el océano del castellano y por eso el bable va, poco a poco, retrocediendo hasta quedar confinado al melancólico islote del recuerdo. Y aunque hace tiempo que también se enseña en los colegios, ese asturiano "oficial" me resulta -muy a mi pesar- menos familiar de lo que debería y por eso me cuesta acabar de sentirlo como propio.

Por suerte, a través de la poesía soy capaz de salvar esa distancia y recupero el asturiano de mi infancia, que me trae de vuelta la mano de mi padre, los ojos de mi tío y la sonrisa de mi hermano. La ventana abierta sobre el río y el cañaveral, el calor de la comida en la cocina, el cielo turbio de la noches de tormenta, el olor a pólvora de los cartuchos los domingos por la mañana, las bandadas de cigoreyes que llegaban a Asturias empujadas por el temporal del norte, el ruido de los filtros de las chimeneas de la térmica de Aboño y el incansable viento nordeste que agitaba las tardes de playa.

Todo ese pequeño universo ha viajado conmigo haciéndome compañía a través de las mudanzas, los andenes, las terminales y los cruces de caminos, alegrándome algunas noches y desvelándome otras tantas, como una puerta que nunca se acaba de cerrar, como un desván que esconde unos cuantos juguetes, cada vez más oxidados y descoloridos, que un día fueron lo mejor de todo y es muy probable que nunca dejen de serlo, como yo nunca dejaré de ser aquel niño que correteaba en pantalones cortos por los empinados caminos de Asturias.



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