Dos niños

                    











  


 





¿Durar como la piedra? 
Mejor, mucho mejor, 
morir como el adobe,
que el aire, el agua, el sol
y el tiempo desordenan
en barro, 
en limo,
en paja.

(Un poema de Francisco Álvarez Velasco)

A veces la vida te avisa. Mi padre, por ejemplo, llevaba tiempo escorándose hacia su costado izquierdo, porque su cuerpo iba cediendo ante el peso de un corazón demasiado grande. Pero incluso entonces, mientras escuchaba su respiración fatigada, yo veía los álamos y el río de Guimarán y el crepitar ardiente de la hierba a punto de ser segada y sus ojos enormes, que miraban atentos como el agua corría limpia y clara debajo de los puentes.

Otras ni siquiera da señales y llega sigilosa, como una ola que se arrima a la playa y parece detenerse, pero avanza y avanza y de pronto regresa otra vez al mar, depositando en la orilla el pie derecho de unas zapatillas de deporte, la pelota de tenis con la que jugábamos en el suelo, el brazo articulado de un muñeco, una cuerda deshilachada, tu tazón de la leche, la vaina de plástico de una cartucho del calibre doce y miles de instantes de musgo y helechos de todos los minutos y segundos de una vida entera.

En este espeso silencio que mira hacia poniente, mientras la tarde se aleja, recuerdo tus dedos y tu sonrisa y tu pelo negro que te abandonó pronto. Sé que una parte de ti sigue aquí conmigo, porque cada cosa que muere nos convoca a otra vida y sé también que durante mucho tiempo mis sueños rastrearán a tientas los caminos de tus manos.

Pero también sé que ya no hay ninguna piedra en la que pueda sentarme a esperar al viento que arrastra la luz de tus palabras y esa ausencia ahora aúlla como un lobo contra todas las ventanas. Este tiempo ya no es tuyo y hay un vacío como de pozo seco junto al montón de leña con el que te anticipabas al invierno. 

Pero esta noche mi corazón no encontrará cerillas ni un papel arrugado con el que encender la lumbre.

A mi hermano Pablo. 

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