Llorando a la orilla
Cuenta Borges que cuando él era chico ignorar el francés equivalía casi a ser analfabeto. Con el paso de los años abandonamos el francés por el inglés y el inglés por la ignorancia, sin excluir la del propio castellano.
Todo ocurre, posiblemente, porque la experiencia humana no es acumulativa y generación tras generación incurrimos en las mismas equivocaciones y tropezamos con piedras que se parecen sospechosamente.
Como no podemos escapar de ese bucle nos consolamos maldiciendo abstracciones como el cambio climático o la globalización. O, incurriendo en el feo vicio del énfasis, nos quejamos de que ahora los niños no obedecen a los profesores, de la pésima calidad de la televisión o de la carestía de la vivienda -como si en la Edad Media los duplex hubieran estado al alcance de todos los públicos-.
En el fondo añoramos cosas triviales que nos cuesta confesar: una buena epidemia que acabe con esos compañeros de trabajo que no acaban de morirse de una vez por sus propios medios o el valor para levantar la vista hacia esa muchacha que nos fulmina con su sonrisa cada vez que lo intentamos.
Al final, como aquel obispo que declaró con audacia, refiriéndose a los Viajes de Gulliver de Swift, que estaba convencido de que el libro no era más que una sarta de mentiras, pataleamos y nos batimos con fantasmas a golpe de hipérbole para no tener que sentarnos a la orilla del río y (ay) llorar frente al espejo de nuestras pequeñas -y no tan pequeñas- humillaciones y renuncias cotidianas.
O todo lo contrario, qué sé yo.
Excelente Blog. Es muy atractivo en vista y en lectura, te felicito.
ResponderEliminarSalu2.
Mi MADRE es mi PATRIA y mi NOVIA es mi BANDERA.