A mi padre, in memoriam
Eran algo así como las doce de noche y yo acababa de llegar al hospital de Gijón desde Barcelona. Mi padre abrió los ojos y me miró vivamente durante una fracción de segundo. Sin embargo, aquello que por un instante había iluminado su mirada se desvaneció y volvió a sumergirse en su respiración débil y farragosa. No fui capaz de decirle nada: que le quería, que siempre le había querido. Era evidente que su cuerpo estaba ya al final del camino y también que él lo sabía y lo aceptaba. Lo que yo pudiera hacer o decir en ese momento no importaba demasiado, así que me limité a apretarle la mano con fuerza. Como tantas veces estábamos juntos, pero esta vez no era como ninguna otra. Su respiración se hizo más y más lenta hasta que se detuvo para siempre. No se cuanto tiempo me quedé mirándole con su mano atrapada entre las mías, sin llamar a nadie ni hacer nada de lo que se supone que uno debe hacer en un caso así. Me inundó una pena infinita y comprendí que, en medio del tumulto indistinguible de mi vida, tendría que ser capaz de preservar por mí mismo lo esencial de tantas miradas, gestos y palabras que desde esa noche sólo existirían en mi memoria. Me levanté, le besé por última vez la frente con toda la fuerza que fui capaz de reunir y luego, lentamente, salí al pasillo para avisar a la enfermera.
Un abrazo.
ResponderEliminarQue hermoso, Alfredo.
ResponderEliminarHas convertido algo muy triste en algo muy bello. Cuanto amor irradian tus palabras.
ResponderEliminarUn beso fuerte.
Emocionante, triste pero hermosas palabras.
ResponderEliminarUn abrazo y todo mi cariño.
Adoro lo que sientes y lo que escribes. ¿Cómo puede ocurrirme eso con un desconocido?
ResponderEliminarPero así es. Y me alegro.
Hace un año ya... y al leer ha vuelto ese sentimiento, ese que no se borrará jamás.
ResponderEliminarMe ha encantado leerlo!porque así la he tenido un minuto más.
gracias Alfredo.