Elogio del enemigo


Se llama John Terry. No hace regates ni filigranas ni monerías de circo. No sonríe para las cámaras. No es el más popular del mundo. Ni el Madrid ni el Barcelona lo incluyen en sus listas de fichajes de cada año (llenas, por cierto, de paquetes que no le llegan a la suela de los zapatos).

John Terry es defensa. Un defensa tenaz e implacable. Y medio portero porque cuando vas a disparar siempre esta ahí, justo delante, como un gato, impidiéndote hacerlo en formas que resultan inverosímiles. Y medio delantero, porque cuando sube a rematar un córner o una falta mete más miedo que una jauría de niñatas el día del estreno de la última película de Hannah Montana.

Como supongo que todo el mundo sabe (más que nada por las tres mil repeticiones televisivas del suceso) el otro día el Barcelona, en un partido polémico en el que el Chelsea puedo sentirse legítimamente perjudicado, ganó con un gol en el último minuto de Iniesta. Todos se quejaron de forma vigorosa, con mención especial para ese gigantesco bluff alemán llamado Michael Ballack, cuya única virtud como futbolista es haber llegado a ser un don nadie quejicoso que se pasa la vida dando patadas, perdiendo finales y haciendo aspavientos como una oveja dopada con metaanfetaminas.

Al acabar el partido John Terry fue al vestuario del Barsa a felicitar a sus rivales y estrecharles la mano. Estos, al parecer, corearon su nombre. Yo, modestamente, desde aquí me uno a ese coro en favor de uno de los mejores jugadores de fútbol que he visto en toda mi vida. Y, sin duda, el mejor defensa que recuerdo.

Por eso el otro día, cuando Iniesta disparó a puerta, me resultó increíble que John Terry no apareciera raudo como una centella, interponiendo cualquier parte de su anatomía para detener el disparo. Luego, al ver la repetición, lo entendí todo: el que está justo delante y se agacha como un trozo de fruta podrida arrastrado por la tormenta es Ballack.

Si un día -espero que no, no estoy ya pa esos trotes- tengo que ir a una guerra, allí donde suceda y sea quien fuere el enemigo, pondré como única condición tener a mi lado las cicatrices del rostro inescrutable de John Terry (y si la melena de Puyol está también por ahí mejor que mejor). Aunque, ahora que lo pienso, por pedir, si acaso, pediría una cosa mas: que Ballack fuera con el enemigo.

Mis más sinceros respetos, John Terry.

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