Olvido, memoria, perdón.


Yo tenía siete u ocho años. Ella era una niña del colegio poco sociable y más bien feilla. Nadie le hablaba y todo el mundo se metía con ella. Una tarde empezaron a tirarle bolitas de papel y ella se puso toda roja, a punto de llorar. Yo me levanté y les dije que parasen, que ya valía. Ellos dijeron que si la defendía era porque me gustaba, que era mi novia. Yo, aterrado, me defendí diciendo que no, que como iba a gustarme con lo fea que era. Luego salí corriendo, me metí en el baño y, supongo que porque la indignidad propia es la más indigesta, vomité todo lo que tenía dentro hasta que me temblaron las piernas. Me limpié como pude y me prometí a mi mismo no volver a ser tan cobarde.

Supongo que ella lo oyó pero tuvo la elegancia de no reprochármelo nunca. Al correr del tiempo me enteré de que trabajaba en Londres y que la vida, al parecer, le iba estupendamente. De vez en cuando me la encuentro por algún aeropuerto y nos abrazamos con ese afecto que comparten los supervivientes de la infancia, esa peligrosa aventura que un día, sin saber como, empezamos a dejar atrás.

Uno no erradica su estupidez ni su cobardía como quien extirpa la mala hierba del campo. Sin embargo, me gustaría borrar todos los momentos de mi vida en los que no he estado a la altura, no con la voluntad de obtener un un perdón que ya no tiene sentido, ni para absolverme a mi mismo de pecados que ya no tienen marcha atrás, sino con la única voluntad de que las cosas hubieran sido diferentes, acaso porque hoy se que todo el mal que causamos nos habita para siempre y nos devora en lo más hondo.

Por eso, con la libertad del que se ha asomado un poco a los vastos rincones de su alma y ha divisado espacios oscuros en los que se guardan cosas que un día ocurrieron y que no pueden tener justificación y no la tienen, pido perdón por todas esas veces que me he equivocado, por cada vez que no he estado a la altura y por tantas y tantas veces que por inmadurez, egoísmo, banalidad o estupidez he hecho daño a alguien.

Comentarios

  1. Cuánto nos duelen esos errores qu cometimos, van con nosotros como las manchas de la piel, no dejan que olvidemos. Es lo que somos. Ese error que está siempre presente para intentar evitar que lo repitamos, aunque no siempre lo conseguimos.
    Y, por algún motivo, nos duelen más esos errores que cometimos en la infancia/juventud, que es precisamente el momento de cometerlos; y menos otros, quizá más graves, que cometemos ya adultos.
    Gracias por volver a contarme mi infancia.

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