La felicidad
Si
hay una idea equivocada que es causa de gran infelicidad es aquella que predica
que el objetivo de la vida es ir desanudando uno a uno nuestros íntimos
conflictos existenciales, esos que nos someten desde lo más profundo de la
infancia, hasta alcanzar un estado de paz y armonía perdurables.
Al
servicio de esa absurda idea se publican centenares de libros de autoayuda y se
escriben tropecientos guiones de cine (y comieron perdices!!!!). Toda una fauna pop y buenista consagrada a la
celebración del amor para siempre, que debería figurar, por méritos propios, en
un lugar preferente en el museo smithosoniano de las memeces.
Y
es que la vida no consiste en eso, sino justo en lo contrario, en experimentar
a fondo esos conflictos, probando y volviendo a probar y aceptando con
naturalidad naufragios y tormentas.
Reconociendo
que, por muchas vueltas que demos, además de nuestras minúsculas peripecias, la
vida se compone de otras muchas cosas: los trenes que partieron, las puertas
que un día habremos cerrado para siempre y ese puñado de palabras que no
llegaremos a pronunciar y que, sin embargo, estuvieron ahí, aguardando, desde
el principio.
Y
asumiendo que las preguntas trascendentales no importan. Que nadie mejora y que
ningún pecado se absuelve con una explicación.
Lo
mejor es que cada mañana la vida nos ofrece la oportunidad de volver a escribir
y de volver a amar. De reiniciarlo todo y empezar de nuevo.
Y
eso no sólo basta: es mucho.
Se nos llena
de lluvia
el pozo del olvido.
Litros
y litros
de cúbica
distancia.
Poema de Anay Sala Suberviola
La vida pasa a ser una tarde de domingo, sin pedirnos cosas importantes y sin exigirnos más de lo que queremos dar. Pero, en verdad, en lo íntimo de nuestro corazón, sabemos que lo que ocurrió fué que renunciamos a luchar por nuestros sueños - Paulo Coelho
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