Promesas
Nos encontramos casualmente en la terminal de salidas del aeropuerto de Stansted. Yo había ido a Londres para cubrir para el diario El Comercio de Gijón una semifinal de Champions League entre el Chelsea y el Barcelona que acabaría decidiendo un extraordinario gol de Iniesta casi en el tiempo de descuento.
Habían pasado tantos años que al principio me costó reconocerte, como si para hacerlo tuviera que dirigirme hacia algún remoto lugar del pasado y una vez allí, rebuscar entre los cajones del desván hasta encontrar un viejo rollo de película cargado de imágenes. Imágenes que sólo se revelan con claridad en esos sueños que, de cuando en cuando, nos despiertan en medio de la noche con la camiseta bañada en sudor y el corazón a punto de desbocarse.
Habían pasado tantos años que al principio me costó reconocerte, como si para hacerlo tuviera que dirigirme hacia algún remoto lugar del pasado y una vez allí, rebuscar entre los cajones del desván hasta encontrar un viejo rollo de película cargado de imágenes. Imágenes que sólo se revelan con claridad en esos sueños que, de cuando en cuando, nos despiertan en medio de la noche con la camiseta bañada en sudor y el corazón a punto de desbocarse.
Como siempre, tú te diste cuenta de todo antes que yo. Cuando quise esbozar un intento de saludo tu ya sonreías y agitabas la palma de la mano para llamar mi atención al otro lado de un torrente de viajeros que iban y venían arrastrando su equipaje de mano.
Hubiera sido imposible no verte. Llevabas un un traje negro y estabas tan radiante como siempre. Estuvimos hablando un buen rato de esas cosas que se supone sirven para resumir una vida pero que, contadas a la carrera en el bar de una terminal de aeropuerto parecen sólo un catálogo de sucesos, derrotas, promesas, oportunidades y malentendidos que, de tan repetidos, se atropellan entre sí como niños a la salida del colegio.
Los dos tuvimos la elegancia de no recordar que hubo un tiempo, hace mucho tiempo, en el que yo hice todo tipo de estupideces para conseguir que me prestaras un poco de atención y que poco después tú, en justa correspondencia, acabaste enrollándote con una joven promesa del Sporting juvenil. Un chico con rizos dorados y expresión confianzuda que no se reía con tus chistes pero que, como te oí decir una vez, mientras fumabas a la puerta de una discoteca en Candás "tiene mucho futuro y seguro que llegará a jugar por lo menos en un equipo de segunda".
La joven promesa trabaja ahora como camarero en el bar de la escuela de fútbol de Mareo. Unos años después, un domingo cualquiera -como en la película de Robert de Niro que tanto te gustaba-. un lateral de la Cultural Leonesa que, según supe después, había estado en la cárcel por agredir a su mujer con un sacacorchos, le reventó de una patada alevosa el ligamento cruzado de la rodilla derecha y, a pesar de tres arduas operaciones en Barcelona con el famoso doctor Cugat, seguidas de tres pertinaces intentos de recuperación, la lesión acabó llevándose su carrera por delante.
Tardaste poco en irte: el día en que él regresó de la tercera operación ya no estabas. Le habías dejado una breve carta -escribir nunca fue lo tuyo- explicándole que hacía tiempo que no le veías futuro a lo vuestro y que, dadas las circunstancias, era mejor dejar las cosas así. Es lo que tiene el futuro, que tan pronto se tiene como no se tiene y no hay nada que uno pueda hacer al respecto, salvo olvidarse de todo el asunto y tomar otro camino o, alternativamente, sacar una pistola y pegarse un tiro en el entrecejo en el baño de una estación de autobuses.
Tardaste poco en irte: el día en que él regresó de la tercera operación ya no estabas. Le habías dejado una breve carta -escribir nunca fue lo tuyo- explicándole que hacía tiempo que no le veías futuro a lo vuestro y que, dadas las circunstancias, era mejor dejar las cosas así. Es lo que tiene el futuro, que tan pronto se tiene como no se tiene y no hay nada que uno pueda hacer al respecto, salvo olvidarse de todo el asunto y tomar otro camino o, alternativamente, sacar una pistola y pegarse un tiro en el entrecejo en el baño de una estación de autobuses.
Con el tiempo los dos -él y yo- llegamos a ser buenos amigos y un día, con esa solidaridad característica de las madrugadas de algunas borracheras memorables, llegamos a la conclusión de que tú, si tú, con tus hermosos ojos del color de los enigmas irresolubles y ese carácter de rabiosa hija de puta que tanto nos desvelaba, eras la única mujer a la que ambos habíamos prometido amor eterno sin incurrir en una mentira flagrante. Y la única a la que habíamos llegado a amar de verdad.
Pero la vida pasa y todo pasa. Y ahora, cuando pienso en ti, la única imagen que consigo recuperar es la tuya yendo hacia la puerta de embarque de un avión que te lleva lejos, a un lugar que ignoro y que ya no me importa. Al fondo, por encima de tu silueta que se desdibuja en la distancia, un rótulo de colores brillantes del Duty Free del aeropuerto ofrece al viajero la posibilidad de hacer realidad todos sus sueños antes de partir.
Brindemos por todes les muyeres que nos arrancaron el corazón y por todes les promeses que se llevó el vientu!
ResponderEliminarUn abrazu Alfredo, aquí todos te leemos, ya lo sabes.
Eso, brindemos.
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