Amores y ausencias



Ay amigo mío, al verte así, lacerado y malherido, no puedo dejar de pensar que eso del amor es un asunto complicado que, sin embargo, resulta bastante sencillo de explicar: a veces uno se come al oso y otras, no se si las más o las menos, el oso te arranca las piernas, se las lleva de excursión y te deja ahí tirado, esperando algo que en el fondo tú, mejor que nadie, sabes que no va a ocurrir y con la misma carita de asombro con la que las vacas admiran el estruendoso paso de los trenes de mercancías.

Todo lo demás es un ejercicio de irracionalidad alucinatoria con las agravantes de alevosía y nocturnidad. Por eso a veces nos enamoramos de muchachas que no tienen cerebro o de muchachas que sólo tienen cerebro y por eso mismo ellas, otras tantas, se vuelven locas por individuos que deberían estar en la cárcel o que nunca deberían haber salido de ella: porque el sentimiento amoroso es arbitrario y se apoya en afinidades que a veces son intangibles y muchas otras son tan ficticias y volubles como los presupuestos generales del estado aprobados hace apenas unos días.

PD. Este verano, por la archisabida crisis y las consiguientes restricciones presupuestarias domésticas (agravadas por el hecho de que, según me ha hecho saber esta tarde el ministro Montoro, parece que he renunciado voluntariamente a mi paga extra de diciembre) no podré acercarme como ha venido ocurriendo estos últimos años a las Islas Griegas. Esto, es evidente, no le ocurre ni a Fabra (el loterías y apuestas del estado), ni a la deslenguada de su hija, ni a toda la panda de inútiles que depositan sus culos en los múltiples parlamentos de esta nuestra invertebrada nación. Por otra parte, sólo quien ha estado allí alguna vez (a ser posible nada de cruceros) sabe hasta que punto esa ausencia resulta deprimente. No obstante, como MacArthur en Filipinas en 1942, prometo regresar pase lo que pase más pronto que tarde. 



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