El símbolo de una época


Rajoy se ha pasado años leyendo el Marca y viendo Teledeporte a la espera de heredar la Presidencia del Gobierno, convencido de que la llegada de su partido al poder ocasionaría una especie de catarsis espiritual que, además de desactivar la crisis, daría paso a una nueva era de rigor presupuestario y prosperidad sin cuento.

Y resulta que... como la cosa no parece estar yendo precisamente así, cada día que pasa se parece más a ese individuo al que, en medio de la tormenta, el viento le ha volteado el paraguas y trata de hacer frente a la intemperie refugiándose bajo los soportales y haciendo señas desesperadas a un taxi para que se detenga y le lleve a un lugar seguro.

Con todo, si malo es Rajoy, que no es mucho y a cada rato que pasa parece menos, bastante peores son algunos de sus compañeros de viaje, que, más que pena, dan asco y, a ratos, bastante miedo.

Qué decir, por ejemplo, del tal Fabra (padre) que ahora, entre premio y premio de la lotería, se ha hecho construir a la entrada del aeropuerto fantasma de Castellón un monumento-estatua-artefacto cochambroso y delirante a mayor gloria de su figura como presidente cuasi vitalicio de la Diputación de Castellón y de sus múltiples causas penales por delitos económicos -causas de las que, tal y como va la justicia en España, es muy posible que acabe librándose sin grandes daños-.

El tío, que tiene de todo menos vergüenza, declara sin el menor rubor que:  "Él [Ripollés, el padre del engendro-porquería] se ha inspirado en mí, y yo creo que no inmerecidamente, que he tenido mucho que ver con el aeropuerto, si se me permite la inmodestia". Así mismo: con dos cojones.

Con el tiempo es probable que esa estatua de 24 metros de altura y 300.000 euros de coste inicial (que acabarán siendo bastantes más, que de eso los interesados saben un rato) acabe siendo el símbolo de toda una época de trinque sin cuento de fondos públicos, derroche megalomaniaco y personalista del dinero de todos en chorradas que se construyen porque puedo y porque me sale de los huevos, porque los de al lado también tienen o porque en algo hay que gastar los cuartos no vaya a ser que nos los quiten pensando que nos sobran.

El problema es que, al paso que vamos, esa estatua acabará recordándonos a aquella escena cumbre de esa formidable antiutopía que es El Planeta de los Simios, en la que Charlon Heston, arrodillado ante los restos medio derruidos y semienterrados de la Estatua de la Libertad, se da cuenta, al regresar de su frustrado viaje a Marte, de que en el entreacto el ser humano, de alguna forma, ha asolado la tierra y, lleno de ira, grita "Os maldigo a todos".

Un poco lo mismo pero con una estatua a la que le brotan aviones de la cabeza de por medio.

Y luego nos extrañamos de que nos pase lo que nos pasa...



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