Zero Dark Thirty



El sábado por la noche fui a ver Zero Dark Thirty, la película de Kathryn Bigelow sobre el acto final de Osama Bin Laden. Me pareció magnífica, con una Jessica Chastain formidable. En cambio a Arcadi Espada no le gustó, cosa del todo respetable, pero que mucho me temo que, tal y como lo explica él mismo, tiene que ver con razones más bien extra-cinematográficas:

"Con una estrategia retórica que sólo podría engañar a los niños, la señora Bigelow conduce al espectador a interesarse moralmente por la tortura, ocultando el principal problema moral de la operación contra Bin Laden: es decir, la justificación o no del asesinato político."

Leer cosas como esta me ayuda a recordar -con la rutina del día a día se me olvida- que vivo en un país repleto de cretinos que se las dan de sofisticados, pero que no son más que furibundos e inconscientes partidarios de todas las formas posibles de infantilismo político y del pensamiento débil más rancio, intrascendente y estropajoso.

Hay un enemigo que intenta destruir a todos los infieles (a ti, a tus hijos, a tus sobrinas, a tus nietas y a tus padres), a los que, por cierto, ni siquiera considera personas (sino más bien criaturas infrahumanas que sólo tienen valor estratégico). Nos ataca repetida y furiosamente, asesina a sangre fría a miles de nosotros e intenta seguir haciéndolo por todos los medios. Los Estados Unidos, finalmente, lo encuentran y lo matan. Y a eso Arcadi Espada lo llama "asesinato político", como si lo que ellos (y yo) tenemos con Bin Laden fuera una discrepancia política del mismo tipo de las que yo mantengo, por ejemplo, con los articulistas del diario La Razón o con Esperanza Aguirre.

Al grano. Me alegro mucho de que los Estados Unidos hayan ejecutado a Osama. Ejecutado, asesinado, reventado, volatilizado, el término me da igual. Y me alegraría mucho que hicieran lo mismo con  todos esos islamistas radicales que comparten sus ideas, que son, por cierto, de lo peor que ha parido una tierra que ha parido cosas realmente horripilantes.

Sólo siento que no lo haya hecho ningún estado de esta Europa tan sofisticada, tan moderna y tan huérfana de determinación en todo lo político y en todo lo militar. Pero eso no es lo único que siento. También siento no haber estado allí para poder hacerlo yo mismo. Lo habría hecho sin el menor remordimiento, con total tranquilidad, sin ira ni rencor, en nombre de la justicia más elemental y en memoria de todas las cosas buenas que no son relativas ni subjetivas y que siempre han separado y siempre separarán, mientras todavía quede algo de esperanza, a los seres humanos de las alimañas.

PD. A Osama le encuentra una agente del FBI que defiende una línea de investigación en la que casi nadie cree. Pero en lugar de seguir la corriente y dejarse llevar, defiende sus ideas contra viento y marea, peleándose con todos, hasta demostrar que tiene razón. Esa victoria es, además de un acto de justicia, toda una metáfora del triunfo del individualismo y de la libertad sobre el fanatismo y la barbarie.

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