Retales sueltos

 
 
Se sorprenden algunos amigos de las cosas que me atrevo a escribir en este blog, ojo, no de las que escribo, que tienen poca originalidad tirando a ninguna, porque como ya anticipó el maestro Borges no hay historia que no haya sido contada mil veces, sino del hecho de que me atreva a proclamar algunas de ellas a los cuatro vientos sin prestar atención a sus posibles implicaciones, no siempre edificantes, y por eso siempre que tienen ocasión me inquieren cariñosamente sobre si no me da miedo meterme en un lío y a mi esa pregunta y otras del estilo, que quieren que les diga, me deprimen, no por lo que me toca a mi en el asunto, pobre mortal patidifuso, sino por lo que tienen de autodiagnóstico moral de una sociedad becerril y acobardada que ya se asusta hasta de su propia sombra.
 
Estos días anda la gente entretenida con el papa Francisco. Yo, que soy agnóstico y de natural descreído, observo el asunto con la misma indiferencia con la que contemplaría la elección por aclamación del presidente del Consejo Regulador del Porcino, pero no puedo evitar admirarme de que el personal parezca la mar de emocionado con el papa por el simple hecho de que haya sonreído un par de veces y se comporte con cierta normalidad, como si el pueblo católico esperara que nada más ser elegido, en vez de alegrarse, hubiera de emprenderla a mamporros con todos los creyentes hasta que purguen sus pecados que, por cierto, tal y como van los telediarios de cargados, deben ser bastantes.
 
Prometí no hablar de la crisis y he cumplido razonablemente. Creo que a estas alturas lo único que le queda al ciudadano responsable que todavía conserva algún remanente de dignidad es acercarse a una gasolinera, adquirir una lata plástico de cinco litros, llenarla de gasoil y pegarle fuego a algún mangante. Todo lo demás -cualquier discusión, aclaración o precisión adicional- me parece ya ociosa y un punto sobrante, porque es más que evidente que los que mandan nos toman por cretinos y, como tales, se han empeñado en administrarnos ricino al por mayor, con la indubitada convicción, hasta ahora no desmentida por los hechos, de que no moveremos ni un dedo para impedirlo.
 
¿Veremos atravesar el umbral de la carcel a Pujol II, el hereu, Pepiño Blanco, Urdangarín, Bárcenas, Fabra y tantos otros gañanes de la misma ralea? No es probable. Los delitos económicos son escurridizos y de consistencia gelatinosa, su prueba difícil, sus abogados defensores caros y versados, la justicia perezosa y llena de vericuetos, los intereses creados muchos y, sobre todo, aquello que es menester que los implicados callen muy sustantivo, así que no es fácil que desde la judicatura algún héroe homérico desafíe todos esos peligros y se atreva a entrullarlos como sería de desear. Veremos que pasa, la esperanza es lo último que se pierde (y la vergüenza, por lo visto, lo primero).
 
Rajoy, en su estilo, aguantando. Y Rubalcaba, en el suyo, esperando no se sabe qué. De los dos sólo el segundo me desconcierta. A Rajoy lo entiendo sin esfuerzo: es un gallego casi arquetípico y melindroso, que aspira a que los problemas se autodiluyan mientras él hace todo lo posible por confundirse con el paisaje jugando al tute como lo haría cualquier señorito en el casino del pueblo. En cambio, el buen Rubalcaba es un enigma. ¿Acaso alguien como él, que indudablemente no es un cretino, cree que esta, su última aventura política, se saldará con una victoria? ¿Puede ser realmente tan inocente y tan necio alguien que ha dado pruebas sobradas de no serlo?

PD. Por cierto, ya que estamos, una pregunta, amigo Rubalcaba ¿De qué circo arrabalero o de qué festival de los horrores has rescatado a todos esos sujetos que te rodean en el partido y que dicen ser tus correligionarios?. No puede ser obra del azar que te haya tocado en suerte semejante caterva de tarados, así que, si me admites el consejo, es preciso:

a) Ahorcarlos por traición y contumacia en el sabotaje o, alternativamente, si resultan ser sólo lo que parecen,

b) Confinarlos en una institución benéfica consagrada a la tutela de débiles mentales.
 
 
Estos dies, ¿qué quedará d’ellos?
Pasará’l tiempu,
olvidaránse les hores
que-y arramplamos al tediu
pa ser felices y depués membrales
con señaldá:
los momentos que fueron malpenes
un rellumu de lluz nuna tarde gris.
Olvidaránse los nomes,
les vides que fuimos
a contrapelu de too y de toos,
los llabores secretos
de la nuestra tristura pa derromper
nueches y serondes
que veníen fríes, arispies,
con xarazu de nun vivir, con despidíes
xelaes.
 
Olvidaráse la palabra,
que prendió un versu
nel qu’escamplamos
la voz única del que quiximos ser
a destiempu de la realidá.
De tolo que fuimos y nun fuimos,
de tolo que dexamos fecho y por facer,
d’estos díes ¿qué quedará?
Quién nos diera ser otro,
polvo del camín, una nube
de povisa seco que llevanta
un carru al pasar
y queda un instante nel aire
y tembla y arde col oro del sol últimu.
Cualquier cosa primero qu’esti destín
ensin aldu, esti ecu ensin respuesta,
vacíu de sentíu.
Pablo Antón Marín Estrada (Sama de Llangréu, 1966)
 

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