Pájaros en la cabeza





Llego a casa y, como siempre, nada más entrar voy corriendo a encender la televisión para no sentirme sólo. La nevera está medio vacía y en la puerta hay una lista de la compra escrita con rotulador rojo que el martes se fue alargando hasta ocupar los márgenes de la hoja y que el jueves hizo metástasis en dos post-it azules pegados a los lados. Luego enciendo la radio y espero hasta que el sonido se confunda con el de la televisión, bebo dos sorbos de Coca-Cola Cero y me quedo mirando fijamente esa lista con la cabeza un poco ladeada, hasta que me doy cuenta de que se parece un poco a esas cosas que escribo, porque está compuesta de patatas, huevos, queso, espárragos verdes, mayonesa, leche, atún, cebollas y manzanas; cosas de lo más normal y que consideradas en si mismas no valen gran cosa, pero sin la cuales la vida, curiosamente, empeora bastante.

La lista y yo nos quedamos un rato contemplándonos en silencio hasta que las palabras se despegan del papel, comienzan a flotar, se elevan por encima de la puerta de acero inoxidable de la nevera y salen volando como pequeñas islas en el aire, aligeradas y libres de su fría existencia terrenal.

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