Asuntos exteriores


Anda la recia derechona española sacando a pasear en procesión el ridículo asunto de Gibraltar en el muy desesperado intento de que los líos de mentirijillas del Peñón sirvan para tapar los que de verdad les angustian (los de Bárcenas). La política es así y no hay que darle más vueltas: un arte de fuegos de artificio que sólo entusiasma a individuos carentes de espíritu crítico, propensos a la mendicidad intelectual y con menos luces que una caja negra. 

El problema es que si la cosa sigue por este camino no descarto que acabemos declarando la guerra a Inglaterra, en aplicación de ese viejo aforismo que dice que cuando un tonto coge una linde se acaba la linde y el tonto sigue. Por si eso llega a ocurrir y la cosa acaba a cañonazos, desde ahora mismo me declaro, en la parte que me toca que soy yo mismo (conste que lo aviso con antelación), insumiso, objetor de conciencia, pacifista y lo que sea menester para abstenerme de entrar en batalla, pues, ustedes amigos lectores han de comprender sin esforzarse demasiado que no tengo la menor intención de acabar mis días peleando por un pedrusco en el que no se puede construir ni un adosado, dos docenas de monos grimosos que se pasan el día pelándosela como si no hubiera un mañana y un secarral con aeropuerto en el que casi siempre hay niebla (algo así como Lleida pero con más humedad).

Para evitar la contienda propongo, alternativamente, una solución que juzgo más imaginativa: le cedemos solemnemente el Peñón de Gibraltar a Marruecos a cambio de lo que sea -incluso a cambio de nada y si me apuran hasta pagando una comida- y a partir de ahí que se peleen entre ellos por la propiedad de la finca y por los trapicheos de los inquilinos. Todo lo que no sea eso es tiempo perdido, aunque, claro, de eso se trata precisamente, como bien sabe el PP: de perder tiempo para ir ganándolo.




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