Tres instantes



Abajo, en la calle, un Ford Sierra rojo recostado sobre la acera sueña que un día tuvo alas. Las fue perdiendo en carreteras secundarias repletas de hondonadas y de silencios incómodos, muy poco a poco y sin pausa, como una abeja que recolecta polen por inercia y que al anochecer apenas recuerda el camino de regreso a la colmena.

Amanece. El sol ya empieza a engullir los restos de la noche y yo te miro de reojo en el espejo aprovechando que aún duermes. Tu cuerpo se despliega entre las sábanas y brilla con un fulgor azulado en el que se reflejan todas las luces de la cuidad. En un instante me despediré de ti sin saber que al hacerlo me habré condenado a buscarte infatigablemente en la piel de otras mujeres que, por tu culpa, nunca tendrán la menor oportunidad.

Siempre tenemos la sensación de que la vida sólo ocurre cuando estamos en la oficina trabajando. Luego, cuando salimos, ya se ha ido. Por eso de niños nos ponemos enfermos, para que ver qué ocurre si miramos las cosas desde el otro lado. Y por eso de mayores nos vamos de vacaciones, para buscarla, cortejarla un poco en algún lugar hermoso con una plano bajo el brazo y traerla de vuelta a casa. Tarde, demasiado tarde, empezamos a intuir que el asunto no funciona así y que la vida siempre estuvo justo ahí, esperándonos.

PD. La foto, para los despistados, no es, como podría parecer a primera vista, de Cristobal Montoro, sino de Diane Kruger, una mujer extremadamente inteligente que a sus 37 años podría abastecer con una sola mirada toda la red eléctrica de Andalucía.





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