Verano a destiempo
Estos días el viento arde como un
río sonámbulo del páramo de Castilla en mitad del verano. Pero es octubre, así que hasta los árboles
andan confundidos y más de uno no sabe si ponerse a florecer, recoger las hojas
y echar la persiana o las dos cosas a la vez. Esta mañana, sin ir más lejos, un almendro del parque, junto
al mercadillo de la verdura de los sábados, me miraba indeciso, como interrogándome, pero yo, para qué les voy a engañar, me hice el tonto y me puse a silbar mirando para otro lado, porque con esto del cambio climático no hay quien acierte en los pronósticos y,
además, bueno estoy yo para dar consejos al reino vegetal, nada menos. Por su
parte los vendedores de abrigos ya no saben si cortarse las venas o dejárselas
largas y ponen velas a la Virgen de los Desamparados implorando una ola de frío siberiana que acabe con este verano tardío e inoportuno y obligue al personal a gastarse los cuartos en renovar el fondo de armario. Hace calor, pero estamos en octubre y por eso la noche llega pronto y ahí en lo alto, en
la playa oscura del cielo hay un mar de estrellas y mientras las contemplo una a una (es un decir, porque son muchas) regreso,
como un niño pequeño, al abismo de tus pupilas y al latido de tus abrazos sin orillas, en
los que se disuelven los continentes, las estaciones, el cambio climático si lo
hubiere o hubiese y la vida misma y sus insondables misterios, esos que hoy tanto nos abruman y que pasado mañana ninguno de nosotros recordará.
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