No saberse las reglas
Woody Allen dijo una vez lo
siguiente: "Aunque me gustaría,
probablemente no puedo dar una buena razón para justificar que la vida merece
la pena, pero si alguien entrara ahora mismo en este cuarto con una escopeta,
mi reacción natural, como la de cualquiera de nosotros, será aferrarme a la vida
y ponerme a cubierto."
Y es que, efectivamente, la vida está
hecha para ser vivida y no para ser pensada: pensar demasiado lo oscurece todo y su único resultado observable es el aumento de la acidez estomacal. Esto, dicho así, claro, es fácil de decir,
pero luego hay que llevarlo a la práctica y ahí comienzan los problemas porque,
como bien sabe Varoufakis, ese ministro griego que tiene nombre de escolta anotador, una cosa es rellenar el programa electoral de pollos asados y otras jugosas promesas y otra muy distinta convencer a la Troika de que ponga
encima de la mesa los cuartos necesarios para pagarlas y, como bien sabe
cualquier novio que se precie, una cosa es prometerle amor eterno a tu chica y otra, algo más
ardua, esperar a la puerta del Zara en una de esas tardes de compras en las que
no se adivina el final del invierno o soportar esas comidas familiares en las
que te gustaría tener un bolígrafo desmemorizador de esos que usan los Men in Black con el que poder lobotomizar
a tu cuñado que, no nos engañemos, existe porque en el mundo ha de
haber de todo para que no falte de nada.
Vivir es estupendo y la
alternativa (morirse) no ofrece muchas garantías salvo que estés convencido de
que hay una vida más allá y yo, que quieren que les diga, vistos los peculiares registros linguísticos de su alcaldesa, ni siquiera estoy convencido
de que haya vida inteligente en la muy soleada ciudad de Valencia. Pero vivir es, las más de las veces, un lío como no hay otro. Por eso sería genial ser una especie
de Leo Messi de la vida, capaz de regatear los problemas con un golpe de
cintura, fintando y amagando, de colocar los hechos a la altura de las
expectativas de un puntapié y de rematar de cabeza todas las dudas y las indecisiones.
Pero no nos han sido concedidos tales dones y por eso vamos por ahí como patos al borde del coma etílico, errando muchas veces, lastimándonos casi siempre, huyendo de nosotros
mismos con todo nuestro arsenal de miedos y pesares a cuestas y, eso si, ofreciendo a
los demás una cara bien seria para que no noten que, por mucho que tratemos de
disimularlo, no sabemos nada de nada y que, a pesar de todo el tiempo que llevamos
practicando, no tenemos ni la menor idea de cuáles son las reglas de este juego en el que, día a día, se nos va la vida.
Comentarios
Publicar un comentario
¿Algún comentario?