Recuerdos y mentiras



No resulta fácil entender la realidad tal como nos viene dada: es demasiado compleja, tiene demasiados claroscuros, demasiadas aristas que somos incapaces de procesar en bruto. Por eso para entenderla no tenemos más remedio que descomponerla, aislando fragmentos y episodios más simples y manejables, que estudiamos con la esperanza de que a fuerza de exprimirlos y estrujarlos acaben por sublimar parte de una verdad más grande. Esa es la esencia del método científico: descomponer los problemas en fragmentos, iluminar el todo con las diminutas partes que lo componen, descubrir las reglas que se ocultan debajo bajo inasible la superficie de las cosas.

Con las relaciones personales y con la historia ocurre lo mismo: seleccionamos arbitrariamente algunos episodios aislados (un beso, una discusión, un whatsapp, un asesinato político) y reconstruimos, con el precario apoyo de en esos instantes, el conjunto de la historia. Al hacerlo asumimos como cierta lo que no es sino una metáfora, un resumen o un esquema que, sin embargo, en aras de la necesidad de entender, se convierte en el relato oficial de lo sucedido, ese que queda grabado en nuestra memoria y en los libros de historia que se enseñan a los niños en los colegios. Sacrificamos, así, la exactitud y la verdad de lo ocurrido a la necesidad de encontrar explicaciones, de justificar nuestras elecciones y de trazar un hilo que una al que un día fuimos con este que ahora somos y con el que poco a poco vamos dejando de ser.

Al final esas verdades se dan por supuestas y se convierten en lugares comunes que nadie se molesta en cuestionar. Y sin embargo, cuestionarlas y no dejar de hacerlo nunca, no dar nada por sentado, ser conscientes de que gran parte de las cosas de las que estamos totalmente seguros son completamente erróneas y fruto del autoengaño es lo único que podemos hacer para no caer en la oscuridad, para no olvidar lo que importa de verdad, para no acabar sepultados bajo las olas de ignorancia y fatalidad que arrastradas por los dedos sin sombra del viento penetran cada invierno en las vidas de todos y cada uno de nosotros y en los pantalanes de los puertos y amenazan con llevárselo todo por delante.

"Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez mayor que nadaba en dirección contraria; el pez mayor los saludó con la cabeza y les dijo: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?».
Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin, uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿Qué demonios es el agua?».

(En cursiva, fragmento de la conferencia que David Foster Wallace impartió durante la ceremonia de graduación de la Universidad de Kenyon en 2005).




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