Entre ciencia y sexo


El otro día una joven y bastante guapa profesora de universidad especializada en un proyecto llamado “La economía del bien común” diseñado, entre otros, por un bailarín (les aseguro que no es broma) me preguntó, algo mosqueada ante mi más que evidente incredulidad sobre la cuestión, si yo era “racionalista”. 

Por el tono que empleó para hacer la pregunta deduje que para ella ser racionalista era algo parecido a ser miembro numerario del Ku-Kux-Klan, compositor de narcocorridos fronterizos o partidario de azotar a ancianas con calcetines rellenos de estiércol. En mi defensa alegué que el racionalismo había inventado, entre otras trivialidades y sin ir más lejos, la universidad en la que ella impartía docencia (o lo que quieran los dioses que esté haciendo).

Entonces me replicó que ella era una persona a la que “le gustaba cuestionárselo todo”. He observado que, cuando alguien afirma algo así, en realidad quiere decir que:

a) Rechaza de plano hechos bien conocidos y contrastados empíricamente.

b) Y que, a cambio, adopta de forma acrítica otros completamente absurdos pero mucho más “modernos”, “alternativos”, “progresistas” y/o “buenrollistas”.

Si tú mencionas en presencia de este tipo de indiviudos, aunque sea de pasada, la teoría de precios, la entropía de la segunda ley de la termodinámica o la constante de Avogadro los susodichos te mirarán indefectiblemente como si fueras un disminuido psíquico y te preguntará algo como… pero… tu crees realmente en esas cosas? A continuación, por supuesto, te harán saber que ellos son conscientes de lo que hay detrás de esas supercherías con las que tratan de engañarnos (los gobiernos, las multinacionales o los extraterrestres, en este punto no hay unanimidad).

En esa coyuntura, sin comerlo ni beberlo, te encontrarás atrapado en un escenario en el que la verdad y los hechos ya no cuentan para nada. Lo que cuenta es “cuestionárselo todo”.  Y como quien define el escenario de cualquier debate define también las reglas del juego ya puedes darte por finiquitado. La solución pasa, naturalmente, por resituar el conflicto, cosa que suelo hacer con un sutil argumento que puede enunciarse así:

"Yo no tengo inconveniente en abandonar los hechos pero sólo lo hago en favor de otras evidencias mejor fundadas y como estoy seguro de que esas supercherías que tanto parecen fascinarte (homeopatía, economía del bien común, etc…) no tienen ningún fundamento y constituyen una modalidad de pseudo fe religiosa creo que discutir sobre ellas no nos conducirá a ninguna parte, porque nadie puede convencer a nadie de nada y menos cuando se trata de algo que está más allá de los argumentos y de la lógica."

Eso si, mientras lo dices ve abandonando la idea de beneficiarte a la profesora en cuestión, porque lo tienes muy pero que muy crudo. Llegado ese punto defender la razón científica y follar serán incompatibles, así que tu mismo.

PD. Esbozaré una segunda versión a la que denominaré, en clave, "ya estás tardando en comprar condones". Sería más o menos así:

"Vaya, nunca lo había visto de esa forma, me sorprende tu penetrante y aguda visión de estas cuestiones. Sería para mi un placer que me contaras mucho más de esa economía del bien común que por lo que me anticipas sitúa a la humanidad en el umbral de una nueva era de belleza, armonía, fraternidad y que constituye un paradigma mucho más acorde con la naturaleza espiritual del ser humano y con la necesidad de preservar la existencia de todas esas criaturas que apenas sobreviven en los degradados ecosistemas de este planeta, asolados por el inagotable derroche del fracasado y opulento modelo de vida occidental."

PD2. Para que la versión 2 funcione es necesario disimular los ataques de risa y mantener la ironía por debajo del nivel en que comienza a ser perceptible para un entusiasta de la economía del bien común. 

PD3. Que ser racionalista se haya convertido en una modalidad de insulto me pareció sintomático de lo bajo que vamos cayendo y de lo mucho que, me temo, nos queda por caer.


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