Un antiguo viajero





Quinientos años antes de la era cristiana, en un mundo en el que, si el espacio se mide por el tiempo, era infinitamente más vasto que el que nosotros conocemos, un griego llamado Heródoto se echó a andar. Sus pasos lo llevaron a Tesalia y a la dilatada estepa de los escitas, costeó el Mar Negro hasta el estuario del río Dnieper, emprendió el arduo y peligroso viaje hasta la capital de Persia, visitó a Babilonia y en Egipto conversó con los sacerdotes del templo de Hephaistos. Intuyó que las divinidades eran las mismas en todas partes a pesar de que sus nombres cambiaban con el paisaje. Remontó el sagrado curso del Nilo y contempló  las entonces aún jóvenes y policromadas esfinges. 

Ciceron, que no ignoraba que en griego la palabra historia quiere decir saber, investigación y conocimiento le llamó "El padre de la historia". En su libro "Viajes con Heródoto" Richard Kapuscinski subraya que Heródoto jamás rechaza ni condena aquello que observa por muy ajeno y extraño que le resulte. Su único objetivo es conocer la realidad y comprenderla para poder narrarla. Se trata, como declara en el primer párrafo de sus Nueve Libros de Historia, de que "el tiempo no abata el recuerdo de las grandes acciones humanas y que las grandes empresas acometidas (...) no caigan en el olvido".

Para Heródoto el hecho diferencial, las peculiaridades de cada pueblo sólo contribuyen a subrayar la plenitud y la riqueza de la tan denostada raza humana. Dicho con sus propias palabras:

"No estamos solos. Tenemos vecinos y éstos, a su vez, tienen los suyos y así sucesivamente y todos juntos poblamos un mismo planeta".

Ahora que arrecia el temporal del nacionalismo tribal que enarbola una precaria bandera tejida con retales de prejuicios y victimismo sólo apta para mentes simples y que tiene seducida a un montón de gente (no siempre estúpida) pero que por alguna razón tiene el mismo brillo en los ojos que un conejo deslumbrado por los faros de un Toyota en medio de la autopista; en estos tiempos, en fin, en los que el racismo la toma, como siempre, con los más débiles, con aquellos a los que la vieja Europa obliga a arrastrarse bajo empalizadas de alambre, quizás no está de mas regresar a los clásicos que lo son, entre otras buenas razones, porque siempre son pertinentes, incluso en este despiadado baile de máscaras en el que nos ha tocado vivir.

PD. Hay una frase, atribuida a Heródoto, que refiere una de las mayores verdades de la existencia humana: tu estado de ánimo es tu destino. No se me ocurre nada mejor que enseñar a un hijo. 






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