Las cosas que pasan, las que no y las otras



La vida transcurre en el estrecho filo que va de las cosas que quieres que sucedan pero que no llegan a ocurrirte, a las que no quieres ocurran y que, sin embargo, te acaban sucediendo. Por si fuera poco, para complicarlo todavía más, están las que no pasan porque a ti no te da la gana o porque llegado el momento te comportas como un idiota, un cretino y un imbécil y lo estropeas todo y las que pasan pero no se prolongan en el tiempo porque descubres que ya no quieres aquello que estabas seguro de querer porque precisamente eso, el tiempo, ha ido haciendo una paciente y sigilosa tarea de zapa que ha acabado por convertir en pretérito imperfecto y, a poco que te descuides, por condenar al olvido, lo que un día hubieras jurado -por las rótulas de Leo Messi, por ejemplo, que es lo más parecido a una cosa sagrada que se me ocurre- que eran tus anhelos existenciales más hondos y sentidos. 

Hubo un tiempo en que yo, por ejemplo, estaba convencido de que quería ser padre. Y además estaba convencido -con esa presunción que es hija de la falta de perspectiva- de que sería un buen padre. Pero cuando la conocí a ella y a su niña, que me daban una oportunidad estupenda de ejercer como padre sin demasiadas dificultades logísticas, descubrí que ya era tarde y que ese deseo era un eco, una reminiscencia del pasado que ya no se conjugaba en tiempo presente. Esa revelación trajo consigo una sensación ambivalente y difícil de procesar, porque en ella se entreveraban, en proporciones no precisamente homeopáticas, la tristeza, por haber llegado tarde a la puerta de embarque del aeropuerto y el alivio, por no haber emprendido un viaje en el que, sin saber muy bien cómo ni cuándo ni porqué, ya había dejado de estar interesado. 

Algún tiempo después descubrí a través de Facebook que aquella chica se había echado novio y he de reconocer que, aunque al principio la noticia me fastidió un poco (porque, por contradictorio que parezca, estoy seguro de que todos ustedes entienden a que me refiero cuando digo que que el hecho de que uno no quiera lo suficiente a una persona para irse de viaje con ella no significa que necesaria y automáticamente se alegre de que esa persona de muestras de querer irse de viaje con otra), un instante después empecé a imaginarles a los tres juntos y no pude evitar desear, de todo corazón y sin asomo de ironía ni de mala leche, que fueran muy felices y que la vida les trajera toda la fortuna que se merecen y un poco más si es posible, porque pase lo que pase, la fortuna es una mercancía que nunca sobra en este nuestro errático caminar por el tembloroso alambre de la existencia. 

PD. En la vida no conviene sobrevalorar la importancia de nada y conviene relativizarlo todo. Y eso es cierto también para el amor, que bien entendido conduce a grandes momentos pero también a no pocos instantes de sufrimiento o de preocupación y mal entendido da lugar a sucesos de los que todos tenemos cumplida noticia cada noche en los telediarios. Como dijo una vez Woody Allen en Deconstructing Harry las palabras más bellas de nuestro idioma no son "te quiero" sino "es benigno".


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