Delirios
Una de las mayores singularidades de la raza humana estriba en su prodigiosa capacidad para pegarse un tiro a si misma en el pie de vez en cuando. Nuestro cerebro, ese que es capaz de enviar una nave espacial a la luna o de desentrañar los secretos de la física -por citar solo dos ejemplos- es, también -por desgracia- muy capaz de dar a luz todo tipo de artefactos intelectuales que al correr del tiempo se convierten en herramientas de opresión... del propio ser humano.
Hablo, por supuesto de la religión, que nos exige que obedezcamos ciegamente los mandamientos de un variopinto catálogo de diosecillos ególatras que dan más que evidentes muestras de desequilibrio psíquico y que, además, carecen de cualquier traza de sentido del humor si no queremos ser condenados a arder en la tostadora del infierno y, por supuesto, también, del dogmatismo o, como diría Borges, de todas esas funestas simetrías con apariencia de orden que gozan de tanta simpatía popular (fascismo, nacionalismo, comunismo).
Lo que me parece más conmovedor del comunismo es la contumacia de sus fieles que, ajenos a sus múltiples fracasos, siguen proponiendo las soluciones comunistas como si fueran un novedosísimo bálsamo de tigre apto para la cura de todos los males venidos y por venir. Si tienen la ocasión de preguntarle al respecto a algún "compañero" comunista me apuesto mis latifundios en la provincia de Segovia a que les contestará una de estas dos cosas:
a) Es que ningún régimen político es realmente comunista. Si alguno lo fuera de verdad las cosas serían muy diferentes.
b) Es que los regímenes comunistas fracasan por la intervención de las potencias capitalistas.
El primer argumento supone -a sensu contrario- reconocer que nadie ha sido capaz de poner en marcha un sistema comunista integral. Y es verdad porque no hay nada más contrario a los incentivos que rigen la vida humana y nada que atente más contra la lógica más elemental que el comunismo. El comunismo es la adoración pseudoreligiosa de una especulación teórica falaz cuya evidencia empírica ha resultado más mortífera que la tuberculosis y el sarampión. El comunismo no sólo es una idea equivocada sino algo mucho peor: una idea que adolece de irrealidad.
El segundo argumento remite al victimismo propio de todas las dictaduras de todas las épocas, que siempre intuyen detrás de sus pesares la sombra de una mano negra que les impide levantar cabeza. El enemigo en cuestión varía de apellidos: a veces son los judíos, otras los imperialistas, otras los masones y otras los klingon o los romulanos. Sea como fuere hay que reconocer que siempre viene que ni pintado un enemigo al que echar la culpa de nuestros fracasos y nuestras miserias.
De los regímenes comunistas actuales (la famélica Corea del Norte o la muy igualitaria Cuba en la que todos los ciudadanos son iguales pero, a fuerza de iguales, por alguna razón que se me escapa, sólo parecen aptos para gobernar los miembros de la familia Castro) el más delirante es, a mi juicio, el de Maduro que ahora ha tomado la brillante decisión de enviar a un funcionario a las tiendas para convencer a los comerciantes de que bajen los precios.
El intelectual en cuestión, de nombre William Contreras, que ostenta, por cierto, el pomposo cargo de "Superintendente Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos" recorre los locales del centro de Caracas "ordenando la reducción inmediata de entre un treinta y un cincuenta por ciento del precio de los productos de los sicarios económicos".
La cosa tiene su lógica porque en un sistema comunista los precios no los fija mercado sino el burócrata de turno. La pregunta es... por qué el régimen de Maduro consiente entonces que todavía haya comercio privado y no monopoliza toda la actividad económica como predica el manual del buen comunista. La respuesta es que aunque son idiotas no lo son tanto como para no ser conscientes de que si eliminan del todo el comercio y el mercado el país se sumirá en una miseria mayor de la que ya sufre por la negliglencia del atajo de deficientes mentales que ahora rige los destinos de Venezuela.
PD. Supongo que más de uno sueña con un paraíso comunista en el que Monedero recorre las calles de Madrid ordenando la expropiación de edificios y la reducción de precios por decreto. A mi, en cambio, tal cosa me produce escalofríos porque no ignoro que esa película no acaba precisamente con los protagonistas comiendo perdices.
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