De madrugada



Dice mi madre que nací de madrugada y aunque no sé si ese intempestivo debut mío tiene algo que ver o no -vaya usted a saber- el caso es que, si me viera forzado a elegir, de buena gana renunciaría al resplandor de la mañana y a todos sus colores recién pintados que tanto fatigan mis adormiladas retinas, a cambio de quedarme varado en esa incierta hora de la noche que por convención llamamos madrugada; nombre, por otra parte, la mar de estúpido, porque si de algo se trata precisamente es de no madrugar.

La madrugada es territorio de insomnes, prófugos de la justicia, trabajadores a turnos, panaderos y en general, de desdichados y sujetos de mal vivir que de los diez mandamientos pueden recitar como mucho tres, porque a esas alturas la gente de orden –esa que hace que progresen las naciones y que se asegura de que el mundo vaya por el carril por el que tiene que ir sin torcerse ni desviarse- suele tener una de las dos orejas recostadas sobre la almohada y anda muy ocupada roncando antes de que vuelva a sonar el despertador.

Si no estuvieran dormidos me gustaría explicarles que la madrugada tiene la gracia traviesa y el secreto encanto de esos casos perdidos de ojos brillantes por los que resulta tan fácil perder la cabeza; que en medio de la noche se escuchan voces que vienen a susurrarnos desde muy lejos al oído cosas que creíamos bien enterradas y que hasta las canciones flotan en el insomne espacio que va de los sueños a la saudade.

Ahí, en medio de la noche, nada se acaba, se arregla ni se estropea del todo, los secretos más íntimos aguardan el momento preciso del disparo, la humedad dibuja con sus dedos manchas de las paredes, todas las arenas son movedizas y un aire de nostalgia recorre las calles barriéndolas a su antojo, como si la realidad estuviera a punto de desaparecer atormentada por el severo hierro de tanta cotidiana gravedad.

Sin embargo, si se aguarda lo suficiente, ahí, a deshora y en medio de la oscuridad, cuando menos te lo esperas acabas por darte cuenta de que, a pesar de lo que siempre nos dijeron, no hace falta luz para vislumbrar los pequeños detalles de las cosas que importan de verdad.

PD. ¿Ustedes se imaginan escuchando fados a las nueve y media de la mañana? Pues eso. Yo tampoco. Y eso no puede ser buena señal.

PD2. Hay versos que en apenas dos líneas encierran todo un universo:


Está em São Paulo e trabalha em telecom

Já deve ter “doutor” escrito num cartão

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