La memoria histórica



Vivimos algo, lo que sea. Luego, al correr el tiempo lo recordamos o tratamos de recordarlo, pero el acto de recordar no es neutral porque ningún recuerdo es una foto fija y, además, aunque lo fuera, el contexto, nosotros y nuestras emociones ya no son las mismas. Por eso la memoria es, también, inevitablemente, una forma de adulteración involuntaria de la realidad, una mixtificación y una impostura.

Por eso me da la risa eso que ahora está tan de moda en los círculos podemitas y sus afluentes mediáticos que recibe el ampuloso nombre de "recuperación de la memoria histórica". Mi abuelo reventó por la explosión de una bomba y mi abuela vio como saltaba por los aires mientras sujetaba a mi padre en sus brazos, apenas a unos metros de distancia. ¿Saber el nombre del piloto que lanzó la bomba cambiará algo? ¿Me devolverá a mi abuelo? ¿Hará que mi padre muerto recupere a su padre? ¿Me ofrecerá una respuesta válida para algún tipo de pregunta existencial que la vida me haya planteado o me vaya a plantear en el futuro? ¿Ninguno de ustedes ha llegado a la conclusión íntima y personal que a veces para avanzar resulta imprescindible pasar página y dejar de recrearse en los dolorosos acontecimientos del pasado? ¿Por ventura aún no somos conscientes de que el significado de aquel libro que una vez leímos y nos gustó tanto no dependía tanto del libro en si mismo como de nuestras emociones y nuestra situación personal en el momento de leerlo? ¿De verdad alguno de ustedes sintió algo más que melancolía y una leve decepción al volver a ver Mazinger Z veinte años después? ¿Algún alcohólico ha reencontrado la felicidad perdida buceando hasta el fondo de un vaso de whiskey? ¿Y, ya que estamos, empezamos a reescribir la historia en la sima de Atapuerca o nos saltamos unos cuantos miles de años de cráneos fracturados a palos? 

Pasar página no significa olvidar. Porque, además, ninguno de nosotros olvida nada importante, las heridas se quedan siempre ahí para recordárnoslo y eso ocurre también con las sociedades. Y, por supuesto, tampoco tengo ningún inconveniente en que la persona que esté interesada en averiguar en qué cuneta están enterrados los restos de su abuelo tenga la posibilidad de hacerlo. Y si de mi dependiera haría todo lo posible por que tenga éxito en su empresa. 

Pero mucho me temo que lo que lo que los promotores de este movimiento político pretenden es algo distinto: volver a rearbitrar el partido y tratar por esa vía de ganar la guerra que algunos (sin ir más lejos, toda mi familia) perdimos en la ya lejana primera mitad de otro siglo. Reconstruir una nueva historia mejor y más objetiva. Pero objetivo, no lo olvidemos, es sinónimo de diana y conociendo nuestra naturaleza cainita -que es uno de nuestros peores atributos nacionales- tengo la íntima convicción de que lo que se trata es de rehacer la historia a medida para poder señalar con el dedo a los ancestros de algún que otro enemigo político. 

Por lo demás, la verdad histórica de nuestra guerra civil no se le escapa a nadie con dedos de frente: como en cualquier conflicto bélico -y más entre parientes y vecinos- se mató mucho y los peores y los más viles de todos los bandos aprovecharon la ocasión para dar rienda suelta a sus bajos instintos. Pero no nos engañemos, la maldad ni siquiera necesita una guerra: cualquier excusa es buena para matar a seis millones de judíos, un millón de armenios o ni se sabe cuantos millones de disidentes comunistas en campos de trabajo. La maldad existe y es un atributo tan humano como la bondad o la alegría. Y ya que estamos conviene recordar que todos esos asesinos no son monstruos ni demonios, sino personas exactamente iguales que esa que ahora se sienta enfrente de usted en el metro camino al trabajo.

Resulta imprescindible saber de dónde venimos. Pero ¿acaso alguien ignora que la historia de todos los países que son y han sido, sin excepción, se ha edificado sobre montañas de cadáveres? ¿Alguien ignora que Franco y sus secuaces eran fascistas? ¿Alguién conoce un sólo ejemplo de nación en la que comunismo se haya convertido en sinónimo de bienestar, progreso y desarrollo social? ¿No es eso lo que en el fondo necesitamos saber o tenemos que hacer una lista completa con todos los culpables de los dos bandos que se acabará pareciéndose a aquel paradójico mapa de Borges que era más extenso que la propia porción de tierra a la que representaba?

Naturalmente, no sólo no aspiro a tener razón, sino que, además soy muy consciente de que defender esto resulta impopular y en este mundo en el que las redes sociales sirven de amplificador de la más absoluta mediocridad intelectual las causas impopulares están más condenadas que nunca a la melancolía. Pero si quieren que les diga la verdad, todavía prefiero la melancolía inoportuna a las mentiras triviales y edulcoradas, por muy populares que resulten. 




Díselo tú Chris, cuéntales que es el amor y no la memoria 
lo único capaz de rescatarnos de nosotros mismos


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