Malos e idiotas



El efecto Dunning-Kruger es un sesgo cognitivo (uno de esos cables pelados de nuestro procesador cerebral) según el cual los idiotas suelen experimentar un sentimento de superioridad ilusorio que les hace considerarse más inteligentes que las personas que les rodean y que, además, les incapacita para reconocer su propia ineptitud. Por el contrario las personas inteligentes tienden a subestimar sus habilidades, asumiendo, erróneamente, que las tareas que son fáciles para ellos también lo serían para el resto.

Los profesores de la Universidad de Cornell David Dunning y Justing Kruger creen que el incompetente analiza mal sus propias capacidades mientras que los individuos brillantes analizan mal las capacidades de los demás. La paradoja del asunto es que la ignorancia, a menudo, parece proporcionar más certezas (aunque sean ficticias) y por tanto más confianza que el conocimiento.

A lo largo de mi vida me he encontrado muchos casos de Dunning-Kruger de manual. En esos casos la conversación trasnscurre más o menos de esta forma:

(Yo) -Quizás se podría probar X para arreglar el problema.
(Sujeto Dunning-Kruger) - No va a funcionar. 
(Yo)- ¿En que momento exacto has descartado la hipótesis de que lo que ocurre es que eres demasiado idiota para comprender las implicaciones de mi idea? 

Esta última frase, por supuesto, la pronuncio sin hacer vibrar las cuerdas vocales y, salvo en casos excepcionales, para no ofender a nadie la sustituyo por una media sonrisa ambigua que tanto puede significar, vaya, pues quizás tienes razón después de todo, como, vaya, al final va a resultar que es cierto eso que dicen por ahí de que eres mongolo perdido. 

En última instancia lo que el modelo Dunning-Kruger sugiere es que cuando alguien discute contigo puede que no se de cuenta de que su punto de vista es erróneo por mala voluntad, sino simplemente porque no da más de sí. Mi impresión personal es que en el mundo, en general, más que maldad intrínseca lo que hay es mucha merma. El problema es que, a ciertos niveles, las dos son igual de catastróficas. 

Y a la vez, que no hay que olvidar que los equivocados podemos ser nosotros mismos y no el de enfrente, porque todos somos competentes en algunas cosas y tenemos severas limitaciones en muchas otras áreas. Nuestras certezas son siempre mucho más frágiles de lo que nos gusta pensar: por eso los equipos de fútbol pagan millonadas por hacerse con los servicios de individuos que luego resulta que no valen ni para sacarle lustre al balón y por eso de vez en cuando millones de votantes acaban entronizando como Presidente a un botarate pelirrojo rematadamente idiota y, por tanto, más peligroso que depilarse las cejas metiendo la cabeza en un caldero lleno de fuego valirio. 

PD. Voy a enunciar una ley personal que juzgo original (si algún lector está en condiciones de corregirme le ruego que lo haga) y que me parece bastante reveladora. La llamaremos Primera Ley de Alfredo y dice así: hay un punto de no retorno a partir del cual la estupidez y la maldad no sólo resultan imposibles de distinguir, sino que producen exactamente los mismos efectos. Les pondré un ejemplo: Podemos. Cuando uno escucha a sus dirigentes resulta imposible discernir si son taimados malhechores que siguen al pie de la letra los enrevesados designios de un plan oculto cuyo objetivo último es que acabemos chapoteando en un lodazal de miseria o conspicuos aspirantes a un subsidio por discapacidad que acaban evadirse de un frenopático saltando la tapia y al aterrizar se han golpeado muy fuerte la cabeza.


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