Mierdas


Por alguna razón casi todas las fadistas que me conmueven son mujeres: Cristina Branco, Ana Moura, Marta Pereira de Costa o Raquel Tavares. Cuando las veo ahí en lo alto, poderosas e invencibles, más altas que la luna sobre el Tejo, no puedo evitar pensar que las mujeres son, con mucha diferencia, los seres más evolucionados de esta escabrosa existencia que nos ha tocado vivir. Y al que le pique esa evidencia que se rasque (los huevos, si es menester).

Hay cosas discutibles y otras que no. De entre las que no se pueden discutir una de las menos discutibles es que el hecho de que cada año mueran en España setenta u ochenta mujeres a manos de sus maridos, ex-maridos, novios, ex-novios, aspirantes a novios o lo que fuere es una auténtica vergüenza. 

Una vez mi padre me dijo, con ese aire sentencioso que se le escurría a veces, que el que maltrataba a una mujer era un mierda. A mi el concepto, vaya usted a saber porqué, se me quedó grabado a fuego y desde entonces cada vez que escucho en los telediarios una de esas tristes noticias regresa a mi cabeza la voz de mi padre: un mierda. Un mierda tan pequeño y cobarde que la única forma que concibe de levantarse por encima de su diminuta personalidad de mequetrefe consiste, precisamente, en apretar el cuello de la persona a la que un día prometió su amor. Un mierda, vamos. 

A ver si todos ponemos de nuestra parte todo lo que sea preciso para erradicar a todos estos mierdas. Y mucho ojo. Porque todos aquellos que hacen requiebros y circunloquios para justificar/relativizar/quitar hierro a este asunto son... unos mierdas también no mucho mejores que los otros. 

Y es que hay mucho mierda, por desgracia. 

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