Lastra y Casado, tanto monta, monta tanto



Anda por ahí diciendo Adriana Lastra, la portavoz socialista -a la sazón y para más oprobio, asturiana como el que suscribe- que la soberanía reside en el Congreso de los Diputados y que cómo va el Senado a oponerse a la voluntad del pueblo. La catetada mueve a la risa y a la conmiseración a partes iguales, pero no debe producir el menor de los asombros. No se trata de un error ni de un lapsus, sino de una muestra del espesor intelectual de una persona que, no lo olvidemos, no sólo no ha estudiado nada reseñable, sino que nunca ha trabajado, fuera de la administración, en nada, ni reseñable, ni prescindible ni mediopensionista. En nada de nada.

En eso tiene mucho en común con Pablo Casado, un muchacho con cara de cuñado que si llega a nacer en una familia humilde de la periferia de cualquier gran ciudad, sin acceso a licenciaturas y doctorados obtenidos viajando en clase preferente, sería hoy, tirando por alto, comercial de seguros o vendedor de electrodomésticos. Con la sutil diferencia de que en ambos gremios hay infinidad de comerciales y vendedores mucho más cualificados, porque al señor Casado, como a la señora Lastra, tampoco se le conoce antecedente laboral alguno, salvo que andar zascandileando alrededor de los sucesivos jefazos del PP cual perro en busca de un hueso se considere como tal.

Lastra y Casado son dos ejemplos de un fenómeno recurrente en la política española: el sujeto político cuya único mérito curricular consiste en una fidelidad inquebrantable al partido, es decir, al líder de turno, combinada con la habilidad para estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, lo que les permite, llegada la ocasión propicia, abalanzarse sobre el cargo o prebenda al modo en que la majestuosa águila imperial se cierne sobre la descuidada liebre en lo más hondo de la agreste meseta castellana (como echo de menos a Félix Rodríguez de la Fuente y que mal me sabe tener que invocar su nombre en la proximidad de estos dos buenos para nada).

El caso es que mientras decenas de miles de jóvenes españoles andan por tierras extranjeras tratando de hacer valer sus licenciaturas y sus doctorados obtenidos en buena lid, aquí los mediocres -la progresista iletrada y el trivial señorito de provincias- campan por sus respetos, dan lecciones de derecho constitucional y expenden recetas para arreglar un mundo en el que, en realidad, siempre han vivido de prestado, por cuenta de los méritos y deméritos de otros.

Comparados con estos dos mequetrefes Rubalcaba y Rajoy son Einstein y Tesla. Pero es lo que hay y lo que nos toca aguantar. Por si fuera poco aquí en Cataluña tenemos al ínclito señor Torra, que parece el primo segundo y no precisamente superdotado del Azarías de Los Santos Inocentes, ya saben, el de la milana bonita, el que se orinaba cada día las manos para que no se le agrietasen. Y tiene, me temo, bastante más peligro. 

PD. Por si no lo saben Miguel Delibes le dedica su libro los Santos Inocentes a "mi amigo Félix Rodríguez de la Fuente". Dos auténticos genios y dos castellanos recios de Valladolid y de Burgos. Es como si todas las personas que valen la pena estuvieran conectadas de alguna forma. Y todos los inútiles, al parecer, también. 

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