La mejor canción de 2017
Una de las ventajas de tener tu propio blog es que puedes otorgar los premios que se te ocurran cuando te venga en gana y a quién te de la gana sin dar explicaciones a nadie, sin reunir a comités de expertos, jurados más o menos profesionales ni establecer conexiones internacionales con presentadoras embutidas en trajes brillantes que adjudican puntuaciones en lenguas exóticas. Es más, por poder puedes hasta cambiar de idea, que es un privilegio que generalmente la vida real no nos concede gratis.
If we were vampires además de ser una canción preciosa es una verdad por inversión: normalmente concebimos el paso del tiempo como un castigo al que nadie puede sustraerse (todos envejecemos, que es una forma algo eufemística de decir que nos pudrimos), una cuenta atrás (cada día que vivimos es un día menos) o incluso una amenaza (¿aquello que se asoma allí al fondo no será por ventura un señor con una capa negra y una guadaña?). Visto así, como dijo mi alter ego, el detective Rust Cohle, esa es la razón por la que la muerte creó el tiempo: para cultivar las cosas a las que un día matará.
La canción sigue un camino, justo el contrario, mucho menos trillado. Si fuéramos vampiros y nuestra vida fuera eterna ningún momento, ningún instante, nada de lo que hemos vivido tendría valor por si mismo porque, por muy especial que algo pudiera llegar a ser, siempre podría repetirse una y otra vez en cualquier recodo del inconcebible y polvoriento páramo de la eternidad. Sin la sensación de que el tiempo se escapa no cogería tu mano ni aspiraría el olor de tu pelo con la desesperación que me produce saber que, más pronto o más tarde, llegará un día en que no podré hacerlo.
Si la muerte fuera sólo una broma sin adiós toda nuestra vida sería también una especie de parodia porque al desaparecer la muerte también lo hace el valor del tiempo que la precede. En un mundo de corazones lentos, sueños repetidos y esperas interminables la gente acabaría arrojándose por los balcones de los hoteles como los turistas borrachos en Magalluf para experimentar durante la caída un simulacro de la irreversible sensación de pérdida y final que esa vida -la vida eterna- no sería capaz de ofrecerles.
Pero cuando rebotaran contra el suelo, cogieran el ascensor (los aspirantes a homicidas no dejan de ser comodones) y volvieran a repetir el salto también esa efímera sensación les iría abandonando porque ni siquiera arrojándose allá abajo, a lo más hondo del vértigo, se puede encontrar la respuesta a la pregunta de qué es lo que hay que hacer con tanta vida cuando cuando la vida es eterna.
Time runing out is a gift: el tiempo, ese tiempo que siempre se está acabando, es un regalo. El regalo más valioso que nos concede la existencia. Si me permiten un consejo, no lo malgasten viviendo de rodillas.
De eso va esta canción, la mejor canción de 2017, compuesta por un genio llamado Jason Isbell.
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