Perdonarse



Cuando escucho esta canción una vocecita maléfica como de vieja del visillo me susurra al oído que alguno de los hermanos Quijano ha andado merodeando más de lo debido alrededor del área de penalti de la hermana pequeña de su novia o gambeteando cual Garrincha del páramo leonés a alguna prima recién llegada del pueblo y por eso ahora los tres van por ahí guitarra en mano tratando de expiar solidariamente su culpa para que el comité de competición se apiade y le levante el castigo al infractor.

En cualquier caso, en estas cosas y en casi todas las demás, el que se considere libre de pecado que tire la primera piedra, pero, si no es mucho pedir, que la tire apuntando hacia otro lado, porque yo llevo muy mal lo de que me apedreen y peor aún que me señalen con el dedo e igual alguien se acaba comiendo una bofetada de esas en las que, si no te finiquita la hostia, te acaba por matar la onda expansiva. 

Y es que todos -los que más, más y los que menos, bastante- tenemos mucho cuento y alguna que otra vez hemos sido, por egoísmo, conveniencia, estupidez y/o pura cobardía, más falsos que el Judas menos popular, el Iscariote, ese que les sugirió a los miembros del Sanedrín el lugar idóneo para acometer en fuera de juego a Jesucristo y una vez allí, tras identificarle por el ominoso procedimiento de besar su mano, se lo entregó a cambio de 30 monedas de plata, que no se si en aquella época darían o no para comprarse un apartamento en Torremolinos o en Benalmádena, que son ciudades con nombres rotundos y vagas reminiscencias a película de Esteso y Pajares. 

Leyendas aparte, hay un cuento de Borges (Tres versiones de Judas) en el que sostiene que es posible que el Creador no se reencarnara en Jesucristo como sostienen los Evangelios y los curas en la misas de los domingos sino en Judas Iscariote. Según esta hipótesis, su verdadero sacrificio no consistiría en algo tan superficial y poco metafísico como la crucifixión, sino en asumir la culpa que acompaña ad eternum al que es consciente de su irredimible traición. Visto así, Dios habría decidido hacerse hombre hasta sus últimas consecuencias: hasta el abismo de la delación y la infamia. 

En fin, que así es la vida. Nadie es perfecto y la gente que está convencida de serlo me produce una fatigilla, un repelús y una urticaria que no se me quitan ni con cuarto y mitad de antihistamínicos. Por lo demás, el perdón de los demás nunca está de más, pero el fetén, el que cuenta de verdad, es el que debemos ser capaces de administrarnos nosotros mismos, no porque vayamos a redimirnos de nada ni a alcanzar ninguna tierra prometida, sino porque la comezón de tener cuentas pendientes con nuestro pasado es algo que, a poco que nos descuidemos, puede dar con nuestros huesos en la consulta del psiquiatra y una vez ahí, entrar se entra, pero salir, salir de verdad, no se sabe nunca cómo se sale. 


La canción que te escribo
No es más que una postdata
Si la bailas con otro
No te acuerdes de mí

Cuando me abandonaste
Bordé un puente de plata
Ni tu eras para tanto
Ni tu eras para tanto
Ni yo soy para ti

(Postdata, una hermosa canción de Joaquín Sabina)



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