Billy Elliot
Cuando me acatarro me pongo en la tele cosas que tengo grabadas hace tiempo y que, como me gustan mucho, me ayudan a olvidar el moqueo. Esta noche, por ejemplo, he visto por tercera o cuarta vez Billy Elliot, en la versión inglesa de 2014. Todos los actores son increíbles (en particular los que interpretan al padre de Billy y a su hermano Tony) pero Ruthie Henshall (Mrs. Wilkinson, la profesora de baile) me robó el corazón desde el primer instante: nada más verla tienes la certeza de que es una de esas criaturas que han nacido con un don especial para el teatro y para el musical.
Me encanta, en particular, la escena en la que Mrs. Wilkinson le explica al padre y al hermano de Billy que el chico tiene una audición en la Royal Ballet School. Ellos, por supuesto, se enfadan. No pueden entenderlo: el ballet es algo inadecuado, propio de amanerados y, además, una forma de entretenimiento burguesa. Lo proletario es el boxeo, apostar a los galgos y beberse la paga antes de llegar a final de mes. Todo ello en el contexto de la huelga minera de 1984 que acabaría con la victoria de Margaret Tatcher sobre el poderoso sindicato del carbón:
Cuando en su audición le preguntan a Billy por qué se interesó por el Ballet... no es capaz de responder. Pero cuando le preguntan que siente cuando baila si la tiene: es una sensación que no se puede controlar, como olvidar quien eres, cuando la música empieza a sonar en tus oídos algo cambia, sientes un fuego interior que explota y resulta imposible de ocultar y entonces vuelas como un pájaro, como si tuvieras electricidad, como si hubiera chispas dentro de ti y... fueras libre.
Algunas noches, cuando escribo, también siento algo de esa electricidad, así que entiendo a qué se refiere Billy. Ojalá todo el mundo tenga la ocasión de encontrar esa sensación en alguna dimensión de su vida. Intuyo que nos ayudaría a todos a ser un poco más felices.
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