La herida de todos



Si permaneces atento y observas a la gente, como un francotirador apoyado en un muro de piedra, acabas descubriendo que todos los corazones, en todas partes -en las bodas de postín y en las comidas de domingo en los parques públicos, en las montañas suizas y en las rasas costeras en las que se esconden el andarríos y la agachadiza- están, como en el tango, sigilosamente heridos de muerte natural, y por eso el verdadero milagro no consiste en resucitar de entre los muertos -como relatan las sagradas escrituras que hizo el hijo del carpintero-, sino en resucitar de entre los vivos, ejercicio este, mucho más arduo porque, para empezar, no basta con hacerlo una vez y vivir de rentas el resto de la eternidad, sino que el prodigio de alzarse sobre uno mismo y echarse a vivir, pagar la hipoteca y dejar a los niños en el cole ha de ser ejecutado con regularidad cada mañana a eso de las siete (salvo los sábados, domingos y fiestas de guardar) y, además, los mortales ordinarios como el que suscribe no podemos invocar el comodín de la divinidad para que sobrevenga una oportuna plaga de langosta cuando, por ejemplo, escuchamos a alguien (nuestra cuñada, sin ir más lejos) empalmar tontería tras tontería y por eso, para evadirnos y que no nos explote la cabeza, asentimos vagamente, descolgando un poco el mentón, como si fuéramos uno de esos muñecos que cuelgan del espejo retrovisor de los coches viejos y simulamos un interés más falso que un euro chino de metacrilato, con la secreta convicción de que, a falta de maldiciones bíblicas, sólo nos queda practicar esa modalidad de escapismo que consiste en mirar a través de la ventana, lejos, muy lejos y recrearnos en las minúsculas y nunca repetidas variaciones que la luz del atardecer se complace en dibujar sobre el horizonte, como si no estuviéramos allí, como si nada de lo que nos rodea fuera real, como si de pronto volviéramos a tener dieciocho años y nuestro catálogo de sueños estuviera por estrenar; como si esta habitación, esta ciudad, esta tarde y el mundo entero fueran el sueño de alguien que no llegará a despertar jamás.

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