Ghosting



Ocurre que he necesitado un titular de periódico y más de 48 años para enterarme de que, por lo visto, se denomina "gosthing" a lo que sucede en las redes sociales cuando alguien con el que has iniciado algún tipo de relación virtual de índole amoroso/sexual desaparece de forma repentina y sin dar explicaciones. Esa especie de fantasmación -la palabra la usan los protagonistas de After Earth para describir la técnica que les permite escapar de los alienígenas y la empleo porque, aunque no aparezca en el diccionario, me resulta poderosamente evocadora- sería la versión moderna de bajar a comprar tabaco, coger el tranvía número 11 y largarse para siempre.

Alguien me dijo una vez que todo está podrido si se observa a la distancia adecuada. Las cosas que brillan desde muy lejos comparten la engañosa naturaleza de los espejismos que ponen a prueba al caminante en medio del desierto: bajo la promesa de palmeras y agua potable sólo se esconde un terreno yermo en el que el filo de la vida se desgasta bajo el sol. 

Esta modalidad de espejismo se da particularmente en las redes sociales: por Internet, sin el ajuste del cara a cara y en ausencia de la poderosa influencia gravitacional de la realidad y el día a día, todos podemos fingir que somos el príncipe heredero de un reino sin nombre, pilotos de avión, falsificadores de cheques y poetas malditos, soldados que se alistan en la legión extranjera para escapar del aguijón de alguna lágrima, piratas en busca del siete de copas y, en fin, la clase de persona que siempre soñamos ser.

Intuyo que detrás de muchas de esas fantasmaciones se esconden mesnadas de modestos mentirosos patológicos, cobardes propensos a la ensoñación y, en particular, empleados de banca con bigote y pareja que especulan con una vida diferente y que de repente sienten miedo, vértigo, hastío o vaya usted a saber qué cosa y que por eso un buen día deciden desaparecer sin dar unas explicaciones que o no pueden o, pudiendo, no están dispuestos a dar; explicaciones, que, por lo demás, si somos sinceros, nunca sirven de nada, porque no conozco a nadie que se quede satisfecho cuando le desgranan una a una las razones del desamor.

Mi impresión personal es que si alguien desaparece es muy probable que tenga alguna razón para hacerlo y que quizás va siendo hora de reconocer que el derecho a quitarse de en medio es tan legítimo como el derecho a afiliarse a Comisiones Obreras. En cuanto al daño que sufre la persona que se queda colgada esperando al otro lado del cable, tengo que decir que quién deposita demasiadas esperanzas en una relación con una persona con la que nunca se ha tomado un café es, por supuesto, muy libre de hacerlo, pero que, por muy humano que resulte, al participar en ese juego virtual incurre en un riesgo análogo y no menor al que experimenta alguien que trata de cruzar una autopista de ocho carriles con los ojos vendados. Puede salir bien, por supuesto, pero no hay que extrañarse demasiado si sale mal y acabas decorando el parabrisas de una furgoneta. 

Si alguien desaparece o no te quería lo suficiente o no te consideraba lo bastante importante como para merecer una explicación. O las dos cosas. Y eso es, en si mismo, una elocuente forma de respuesta que no precisa de ninguna aclaración adicional. Pedir al protagonista de una fantasmación que te explique sus razones es lo mismo que exigir que te deletreen una patada en el culo: una evidencia de que hay algo en el departamento de tu autoestima que no funciona como debiera. No es amor, es adherencia, la del que arroja una moneda a un pozo seco y se queda esperando a escuchar el sonido de la moneda al golpear la panza del agua. 

Si te hacen ghosting es que nunca hubo agua. Como en los espejismos. Y ya está. 

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