Una tarde de todos los santos



El paisaje de fondo de esta canción me devuelve a Londres, la ciudad de la que he abominado mil veces, la ciudad de la que siempre acabo jurando que ya está, que esta es la última, que no pienso regresar y a la que siempre acabaré regresando una vez más. La canción explica bien las razones que subyacen a esta particular forma de enajenación:

Relate to my youth     (por lo que se refiere a mi juventud)
Well I’m still in awe of you    (bueno, todavía sigo impresionado por ti)
Discover some new truth    (y descubro alguna verdad nueva)
That was always wrapped around you    (que siempre te envolvía). 

Todos tenemos algunos paisajes que nos pertenecen porque se nos han quedado enganchados en el alma. En mi caso la descomunal ciudad de Londres es uno de ellos: vaya donde vaya nunca me siento extraño en sus calles abarrotadas de olores, como si en lugar de regresar a casa una parte de mi se hubiera quedado allí llevando una vida completamente distinta, una vida de la que no se nada, pero que también es mía al modo en que una carta puesta boca abajo sobre la mesa puede ser el as de bastos, el as de copas o la sota de oros. Nunca llegaremos a saber que habría sido de cada uno de nosotros si hubiéramos tomado otras decisiones y seguido otros caminos, pero tengo la extraña certeza de que, de alguna forma, allí también hubiera sido feliz. 

Y es que eso, intentar ser feliz, es mi única y modesta guiding light. Y las más de las veces lo consigo -aunque afirmarlo con esa contundencia suene raro en una época en el que todo el mundo parece empeñado en hacer alarde de las mil razones de su infelicidad-. Y hay que reconocer que eso tiene mérito, en particular en días como el de hoy, en el que, al atardecer, toda la ciudad se ha pintado los ojos de color ceniza, como si los edificios también recordaran a los que ya no están entre nosotros, como si el peso de su ausencia estuviera flotando en este aire que se asfixia bajo un cielo sin estrellas y como si algo en nuestro interior se hubiera roto y nos diera un poco de vergüenza reconocer que, con la inestimable ayuda del tiempo, estamos tratando de recomponerlo. 

El noventa por ciento de la vida consiste en una única maniobra: seguir adelante, no pararse, no quedarse donde no eres feliz y no ceder a la tentación de tratar de regresar a un pasado que ya no existe. Así enunciada parece sencilla, pero ejecutarla requiere una determinación que no siempre resulta fácil de reclutar, porque todos somos frágiles, todos tenemos miedo y a todos nos asusta -más o menos- la incierta oscuridad de lo que está por venir. Les aseguro que la mayor parte de las consultas de los psicólogos tienen que ver, de un modo u otro, con esta verdad elemental.

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