En la luna


No ondea, está arrugada,como mis camisas cuando las saco de la maleta después de doce horas de viaje.

El otro día, durante una excursión en Washington, una pareja sentada delante de mi en el autobús expresó en voz alta sus dudas acerca de que el ser humano hubiera llegado realmente a la luna, argumentando (es un decir) que la bandera de los Estados Unidos depositada en la Luna por los astronautas del Apolo 8 se movía con el viento y en la Luna, claro, no sopla el cierzo y, como complemento, que si era cierto que habíamos ido... ¿Cómo es qué no habíamos vuelto?

La cosa me deprimió un poquito. Para empezar, porque lo de que la bandera ondeaba es un bulo más viejo que la piedra de alumbre que ha sido desmentido -parece que con poco éxito- más de mil veces. No sólo no ondeaba sino que, para que se mantuviera erguida, en ausencia de viento y atmósfera, fue preciso colgarla de un listón horizontal (en la foto se aprecia bien). En cuanto a lo segundo, aplicando el argumento al pie de la letra, se podría decir que yo nunca he ido a Logroño, porque fui una sola vez y no he regresado, así que bien mirado no es seguro que haya ido nunca.

Llegar a la Luna consumió casi el 5% del presupuesto federal de los Estados Unidos durante varios ejercicios presupuestarios o, lo que es lo mismo, una cantidad astronómica de dinero. No es raro que fuera así: era un viaje sin precedentes, que requería una complejísima tecnología que había de ser desarollada ad hoc y que implicaba aterrizar en y despegar de un satélite que orbita a casi 400.000 kilómetros de la tierra, una distancia tan enorme que todos los planetas del sistema solar podrían apilarse en medio y aun sobraría sitio para aparcar. Y una vez consumado resultó de lo más natural que un objetivo tan caro acabara por dejar de ser una prioridad.


Todas estas consideraciones son, por lo demás, irrelevantes. El motivo de mi depresión es que la pareja en cuestión estaba formada por... dos jóvenes licenciados en medicina. Y con eso si que no puedo. ¿Qué carajo le han enseñado a esa gente durante miles de horas en el colegio, el instituto y la universidad? ¿Cómo es que dos licenciados en medicina pueden desdeñar una abrumadora evidencia sobre un hecho histórico bien documentado amparándose en dos argumentos propios de débiles mentales?

Creo que detrás de esta minúscula anécdota late un peligro. Si incluso en un asunto tan fácil de objetivar ha arraigado la superchería... ¿cómo no va a ocurrir lo mismo en cuestiones más trascendentales y mucho más sutiles como las que tienen que ver con las decisiones políticas y sus consecuencias? ¿Es razonable esperar un comportamiento racional en alguien que parece convencido de que en el estudio de rodaje en el que se grabó el falso viaje a la luna alguien se dejó una ventana abierta y por eso había corriente y ondeaba la bandera?

Me preocupa mucho el virus de la credulidad porque parece afectar casi por igual a individuos formados y a individuos sin formar, a buenas y a malas personas. He conocido a lo largo de mi vida a personas excelentes y de buen corazón que, en materia política, por ejemplo, no decían más que auténticos disparates. Su discurso estaba repleto de sandeces que habían leído en alguna red social y que, como concordaban con su credo particular, eran aceptadas como ciertas de forma automática, sin someterlas a ningún tipo de escrutinio crítico.

Todas las culturas del mundo utilizan la conspiración para explicar numerosos acontecimiento porque, para exorcizar sus temores más profundos, los seres humanos tienden a creer que detrás del mundo visible hay una maligna voluntad que lo planea todo minuciosamente con el único propósito de engañarnos y someternos. No llueve porque haya una borrasca: llueve porque los dioses nos castigan por nuestros pecados. Si enfermamos no es por obra de un virus o una bacteria, es porque nos han echado mal de ojo. Alemania no perdió la primera guerra mundial, fueron los judios los que conspiraron para que eso ocurriera. 


En fin. Que el hombre fue a la luna: seis veces y un total de doce hombres en el periodo comprendido entre 1969 y 1972. Y que a mi, más de una vez, me gustaría exiliarme en la Luna para no tener que soportar tanta tontería. 


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