Nueva York



Regreso de una semana en Nueva York con morriña: me habría gustado quedarme más tiempo en medio del vértigo de todas esas luces nocturnas que, por una vez, no brillan desde el cielo sino desde los apartamentos y los edificios de oficinas con los que el hombre ha osado desafiar la maldición bíblica que un día asoló a Babel. Aquí se hablan todas las lenguas y todas las cosas parecen posibles entre un tráfico infernal y semáforos que los peatones no acaban de tomarse en serio.

Resumiendo, para no agobiar al personal: que me ha encantado Nueva York. Y lo que más, quizás y es mucho decir, Central Park, un laberinto de kilómetros de senderos enrevesados en los que la ciudad a ratos se pierde de vista y luego, de pronto, reaparece en forma de rascacielos que son como finos tentáculos de cemento y acero que se elevan hacia el cielo. Y más al norte, al final, más allá de todos esos puentes, lagos y jardines, una especie de mar interior que desafía los desgastados límites de nuestro asombro. 

Si una tía segunda hubiera tenido a bien dejarme en herencia, pongamos, 20 millones de dólares y un apartamento de 200 metros cuadrados entre la calle 45 y Central Park (exagero, en la 44 también me sirve) a partir del lunes les escribiría a todos ustedes asomado a una ventana con vistas al Empire State. Quiere el azar no obstante -en su forma ordinaria, que es la desdicha- que carezca de parientes ricos, así que habré de conformarme con ese hermoso sueño que brilla fugazmente al modo en que lo hacen las luces de Nueva York.

Los lugares más hermosos y las mejores personas que conocemos tienen algo en común: se quedan para siempre con un trocito de nosotros y, a cambio, nos entregan una experiencia perdurable en forma de olores, imágenes, sabores, palabras y recuerdos. Por eso ahora experimento una sensación de vacío y de ausencia: porque una fracción de mi alma o de mi espíritu, como prefieran llamarlo, se quedó allí, merodeando al anochecer por las calles de Nueva York.

PD. También me sirve uno más abajo de la calle 44, pero puestos a a pedir...

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