Feliz cumpleaños mamá




El lado triste de regresar a mi casa en Asturias es que se trata de una casa que está perdiendo a los suyos, como si entre sus paredes se estuviera librando una batalla interior y uno a uno, entre cosechas de fabes y temporales de viento gallego, sus habitantes se hubieran ido desvaneciendo hasta convertirse en sombras. 

Me gustaría pensar que todos (mi padre, mi tío, mi abuelo y mi abuela) aún andan por allí y que me observan, pero, muy a mi pesar, tengo la impresión de que al otro lado de la vida no hay nada, sólo el vacío en el que al final te sepulta la corriente del tiempo que pasa. No obstante, aunque algunos de ellos ya no estén allí esperándome yo continúo esperándolos a todos, como si el deseo de que acaben por regresar fuese una tenue luz que ilumina en medio de la noche el bulevar de los sueños que se resisten a apagarse del todo.

Cuando hace mucho que te has ido de casa tu forma de aferrarte al pasado consiste en atesorar recuerdos que brillan como brillan las ciudades sobre el lomo de la tierra al anochecer: el olor del chocolate de mi madre, mi hermano jugando conmigo de rodillas al tic-tac con una pelota de tenis en el suelo del portal, el calor de les castañes amagostándose, mi padre acostado a mi espalda, mi abuela removiendo incansable el arroz con leche, un gato dormido sobre un tejado de uralita gris, mi tío contando alguna aventura mil veces repetida, el sonido incesante de la radio que atraviesa el aire y la ventana de mi habitación a través de la que me rendía al asombro de un universo repleto de mensajes cifrados.

Mañana 18 de agosto (en realidad ya hoy) es el cumpleaños de mi madre: María Luisa García García. Allí, en Asturias, en Prendes, un pequeño pueblo sin mar al lado de una carretera nacional, resisten ella y mi hermano Pablo y sólo por eso, por volver a verlos y darles un abrazo, siempre merecerá la pena regresar a casa: porque mi casa ya son sólo ellos dos.

Feliz cumpleaños mamá. Ojalá tus ojos brillen para siempre. 



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