Vueltas



Con dieciocho años me saqué el carnet de conducir. A la segunda, porque en mi primer intento suspendí... por circular demasiado rápido. Al correr el tiempo, muchos años después, me enteré de que mi profesor de autoescuela en Gijón andaba diciendo por ahí que una vez tuvo un alumno que mientras esperaba su turno para examinarse se quedó dormido. El alumno en cuestión, al parecer, era yo. La anécdota es incierta: no tuve ocasión de dormirme porque fui el primero en examinarme esa mañana.

A mis 49 radiantes años el cuentaquilómetros de mi Kia Sportage marca la bonita cifra de 160.000 kilómetros. Con mi primer coche, un Fiat Uno gris, pasé de los 200.000. Con el segundo, un Citroen Saxo verde oscuro recorrí unos 150.000, la misma cifra que con mi penúltimo coche, un Renault Scenic. Eso significa que si hubiera dedicado toda ese combustible a dar vueltas al mundo alrededor de la línea del ecuador podría haber completado algo menos de 20, lo que no está nada mal. 

Todo esto viene a propósito de las vueltas que da la vida y a propósito de las vueltas que uno le da a su propia vida: silencios, días dorados, lágrimas, emociones y esperanzas, fotografías, canciones y algunos rostros que se fueron pero que no dejarán de viajar conmigo. Aquel chico de 18 años que un día se fue de Asturias sigue aquí más de 30 años después, al menos en teoría, porque cuando me miro al espejo no me resulta fácil reconocerme porque tanto tiempo, tantas emociones y tantas carreteras van dejando surcos y cicatrices que ahora se suceden como accidentes geográficos sobre el desgastado mapa de mi cara.

Nada de lo que vivimos va a volver. Nada volverá a ser como antes (por fortuna). Tampoco tengo ni idea de lo que vendrá. Pero estoy casi seguro de que me queda -por lo menos- otra canción y hay que aprovecharla como sea, porque en cualquier momento la música podría dejar de sonar y cuando eso ocurra (y no hay ninguna duda de que algún día acabará por ocurrir) ya no podré hacer ninguna de todas esas cosas que siempre he soñado con hacer, que, afortunadamente, todavía son muchas y todavía me hierven con fuerza por dentro.

PD. Me encanta esta canción de Dani Martín. 

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