Caer y volar


Nunca he tenido un halo de santidad: los niños revoltosos nos lo pasamos muy bien, pero nos metemos en demasiados líos como para gozar del favor de los dioses, esos señores ceñudos que siempre ponderan la contención, la prudencia, el orden y todas esas aburridas virtudes impregnadas del inconfundible olor a rancio de los sermones de domingo por la mañana. 

Además, les confesaré (los que me conocen  un poco ya lo saben de sobra) que lidiar con todas las ideas que circulan a mil por hora dentro de mi cabeza no es fácil y a ratos resulta agotador, como escalar una montaña muy empinada cargando con una mochila llena de grava. Pero sigo intentándolo. Y no me va mal del todo: a ratos me divierto bastante. 

No añoro la juventud porque en ese tiempo sabía aún menos cosas de las que creo saber ahora, que, en realidad, son muy pocas. Es cierto que, para compensar, también me dolía menos la espalda y había menos óxido en algunos otros órganos de mi cuerpo. Pero la vida es así, te da y te quita cosas y no se puede hacer nada al respecto. Además, lamentarme por tener que pagar el precio que supone vivir es la peor forma que se me ocurre de perder un tiempo del que carezco. 

Quizás la madurez no sea más que la capacidad de aceptar la incertidumbre. En una escena de Crazy Heart le preguntan a Band Blake de dónde salen todas esas canciones. Life, unfortunately, responde. De la vida, por desgracia. En concreto de esas incómodas partes de nuestra vida cuyos engranajes nunca acaban de ajustarse del todo: de una casa que en algún momento dejó de ser un hogar, de aquella chica de ojos oscuros que te pidió que lo intentaras una vez más y de todas esas veces en las que jugaste una a una tus mejores bazas y, sin embargo, acabaste roto por dentro. 

De todas formas no hay nada como estar vivo: el sol en la cara, tu mano acariciando mi cuello mientras conduzco, los delfines que aparecen una tarde imposible sobre el azul del mar y todos esos instantes de una electricidad imposible de contener que nos recuerdan que la fiesta aún no se ha acabado y que todavía hay tiempo para un ultimo baile. 

Y que hay que estar atento porque la felicidad y la tristeza tienen una cosa en común: nunca las vemos venir y a menudo no somos conscientes de su existencia hasta que se han ido. 


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