Crazy Heart (Corazón rebelde)

This is "one hell of a song". Una canción (The weary kind) endemoniadamente buena compuesta e intrepretada por Ryan Bingham, con su inconfundible voz afinada frotando la laringe con lija de grano grueso, que forma parte de la banda sonora de una película endemoniadamente triste y hermosa (Crazy Heart, Corazón rebelde, en castellano) protagonizada por ese actor endemoniadamente bueno llamado Jeff Bridges.

Crazy Heart es la historia de Band Blake, un cantante y compositor de música country de cincuenta y pico años cuya carrera va de mal en peor: demasiados matrimonios, demasiados años tocando en locales de mala muerte y, sobre todo, demasiado alcohol. Una periodista de un diario local, Jean (Maggie Gyllenhaal), madre soltera con alguna que otra cicatriz, le conoce, se enamora del corazón que late detrás de toda esa formidable inercia existencial y le ofrece lo que no deja de ser la penúltima posibilidad de redención para alguien que ya ha desperdiciado demasiadas balas.

Al final las cosas no salen bien porque a veces las cosas no salen bien y cada uno sigue su camino. Pero de esa crisis nace cierta forma de luz. Él abandona la bebida y se dedica a componer. Y ella empieza a trabajar para un periódico importante.

En la última escena de la película los dos se encuentran por casualidad tiempo después y se saludan con afecto. Al darle la mano él no puede dejar de ver su anillo de compromiso y ella le dice que su pareja es un buen chico. Él le responde que se merece a uno de los buenos (you deserve one of them). Y los dos se miran como se miran las personas que han compartido cosas increíbles, pero que han conseguido llegar hasta la otra orilla del río, allí donde la corriente ya no es lo bastante fuerte como para arrastrarles hacia el remolino.

Si no lo han hecho ya vean Crazy Heart. Porque amar, como caer, se parece a volar (al menos durante un instante) y porque la gente que no se enamora, a pesar de todos los pesares, aunque no lo sepa, esta muerta por dentro. Sentir, enamorarse -enamorarse de verdad- es lo más difícil del mundo y también lo más hermoso y no hay nada que merezca tanto que cada uno de nosotros se esfuerce por dar lo mejor de si mismo, una y otra vez, las que hagan falta, sin escatimar nada, sin ceder a la tentación del miedo. Y porque al final el éxito no es más que la capacidad de seguir adelante, sin perder el entusiasmo, sintiendo sin tratar de entenderlo todo y explorando a tientas la realidad con la punta de los dedos con la intuición de que, muchas veces, allí donde no alcanzan nuestras certezas y nuestras razones, acaba llegando el corazón.


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