Mari la de Candás


Esta noche me invade la nostalgia, ese libro personal que escribimos sobre la carne misma y recuerdo mi infancia en el Colegio San Felix de Candás, ahora convertido en uno de esos centros de servicios múltiples postmodernos que parecen inspirados en la Tyrrel Corporation de Blade Runner o en la nave estelar Enterprise.

Por aquel entonces cada mañana viajaba en autobús escolar desde el pequeño pueblo en que vivía y me quedaba a comer en el colegio. Después la comida teníamos un buen rato libre -más de una hora- hasta que se reanudaban las clases. El caso es que, no sé muy bien como, empecé a escaparme del patio del colegio (algo que estaba tajantemente prohibido) para refugiarme en casa de José Manuel Tejero, un amigo que vivía a dos pasos. Allí fui acogido día tras día durante aquellos infinitos y efímeros años de mi infancia escolar.

Sin embargo, yo, con mi recalcitrante introspección -que tanto habría de tardar en remediarse- no me tomé la molestia de poner a mis padres al tanto del asunto (es preciso aclarar que por entonces yo no ponía al tanto de nada a nadie). Como es lógico, la familia Tejero debía alucinar lo suyo con el hecho de que la mía no diese señales de vida y/o agradecimiento -recordemos que entonces no había móviles ni e-mails y que, de hecho, en mi pueblo no habría teléfono fijo hasta diez años después-.

Esta ocultación tan propia de mi personaje se mantuvo hasta que una buena tarde unos y otros se encontraron casual e inevitablemente en el colegio y, tirando del hilo, descubrieron lo que ocurría (mis padres, avergonzadísimos, me reprocharon el asunto durante años, convirtiéndolo en un clásico de las reuniones familiares).

Nunca podré expresar todo el cariño que recibí de la familia Tejero. Por aquel entonces yo era un niño más bien rarito y ultratímido, desconsoladoramente mal preparado para cualquier tipo de efusiones sentimentales en presencia de público, así que me resultaba imposible expresar lo importantes que eran en realdiad aquellos momentos de calor familiar para mí.

Muchos años más tarde, el día de mi boda, resultó que en el mismo restaurante una pareja de Candás conmemoraba su 25 aniversario de boda. Sólo entonces, ese mismo momento, descubrí que esa pareja eran los padres de José Manuel que, así, por puro azar, estuvieron presentes también ese día.

Hace poco tiempo falleció mi padre. Después de más de quince años fuera de Asturias muchos vínculos de amistad no han soportado la árdua prueba del paso del tiempo y se han perdido o debilitado. Sin embargo, en el tanatorio, venidos desde los lugares más remotos, aparecieron uno tras otro todos los miembros de la familia Tejero para darme un abrazo lleno de cariño.

Esta noche, a orillas del Segre, os recuerdo a todos: a José Manuel, por supuesto, y a su hermano Jordi. A José Manuel padre, con su mirada viva y lucidísima que aún hoy se me revela con asombrosa nitidez. Y sobretodo, a tí, "Mari la de Candás", como siempre te llamabamos en casa, por tu cariño, por el amor que derrochabas a raudales en cada uno de esos besos que me dabas cada vez que me encontrabas a lo largo de los años y por tantas pequeñas cosas que guardo en mi corazón marcadas con el aliento intacto de lo más bello que nos ha tocado vivir.

Gracias a ti y a todos vosotros, de todo corazón.

ALFREDO

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