Es una lata el trabajar -por la mañana-.


Odio trabajar por la mañana. Por eso me hice funcionario: porque ya que no se puede evitar del todo, al menos, se minimizan los daños.

No sé porqué pero mi cabeza comienza a despejarse a eso de las once de la noche y entonces, a cada rato que pasa, me siento mejor y más lúcido. Esto siempre me ha acarreado algunos problemillas, porque la gente no entiende que hace un tío escribiendo a las tres y media de la mañana cuando tiene que levantarse a las siete en lugar de estar durmiendo como todo hijo de vecino. Yo tampoco lo comprendo, la verdad. Creo que por eso escribo, para ver si lo averiguo y puedo irme a la cama como una persona decente.

En realidad, no es tanto que odie trabajar por las mañanas -acabo de decir que sí, así que ahora no puedo retractarme- como que detesto las mañanas en si mismas, como concepto espacio-temporal.

Las mañanas sólo son útiles para las putas que regresan de su jornada laboral y para los repartidores, que pueden ir a las casas y alegar que no había nadie a quien entregar el paquete. Son frías, poco elegantes, bastante piojosas y tienen una luz blanquecina de ambulatorio que se te pega a la ropa como las manchas de un trapo sucio.

A lo mejor en Tahití o en las Seichelles la cosa sería distinta, aunque no estoy nada seguro de que fuera capaz de irme a la playa un martes de febrero a las nueve de la mañana (sobre todo sabiendo que la playa seguiría ahí por la tarde). Y es que, por muy tropical que sea el trópico, uno tiene sus propios biorritmos y creo que acabaría volviendo a casa desorientado como un murciélago moribundo.

En mi universo ideal duermo hasta las dos con la persiana medio levantada -con algo de luz se disfruta más pensando que todo el mundo está por ahí laburando-. Me despierto, miro el reloj, las once, que bien, me giro y duermo otro rato. Y así sucesivamente hasta que me levanto con tiempo suficiente para preparar la comida antes de ver el telediario. Tengo que aclarar que una buena comida no es lo mismo si uno no ve el Telediario de la 1 y se entera, mientras mastica, de qué es lo que pasa en el mundo y de las últimas ocurrencias de Baltasar Garzón.

Por la tarde es el momento de salir a dar una vuelta para comprobar que todo lo interesante sigue en su sitio. Y por la noche, después de cenar, uno puede hacer lo que le venga en gana, con la satisfacción añadida de que a las tantas de la noche el que más y el que menos duerme como buenamente puede y nadie llama al timbre molestando con bobadas.

Por otra parte -esto mucha gente no lo sabe, pero es cierto- cuando duermes tan poco madrugar no es problema porque no has llegado a dormirte profundamente. Por eso lo malo no es el sueño matinal -suelo ser el primero en llegar al trabajo-, sino la sensación angustiosa de que en vez de irte a dormir, que es lo que te pide el cuerpo, tienes que ducharte para salir a la calle a hacer cosas absurdas con tendencia a muy absurdas, con algunos claros de estupidez manifiesta al mediodía. No es que tenga sueño: es que siento que vivo inmerso en una experiencia surrealista full hdmi dolby surround.

Además, el problema de trabajar por la mañana es que te revienta la tarde, porque, claro, después de comer estás muerto de sueño y para compensar, si puedes, te anotas una siesta de tres horas y media que concluye a eso de las siete de la tarde -es decir, de noche o casi de noche- con lo cual si te dejas llevar por la inercia acabas teniendo menos vida social que el pitufo dormilón.

El otro día, de madrugada, escuche a uno de mis poetas favoritos, Javier Salvago decir, en un programa de TV grabado, que no soportaba las mañanas y que sólo podía trabajar muy muy de noche. Al oirle me faltó un pelo para echarme a la calle, emborracharme y llorar de alegría aberronchado a un guardia urbano. Porque, en el fondo no hay nada tan triste como sentirse un tipo raro y nada tan genial como descubrir que uno no está tan solo como pensaba en este mundo madrugador y enloquecido.

Comentarios

  1. ¡¡¡Cojonudo!!! Me encanta cómo escribes, disfruto leyéndote. No sé cómo descubrí este blog, a través de algún otro blog donde comentaste algo, no sé cuál, pero ha sido un descubrimiento. Enhorabuena y gracias.

    ResponderEliminar
  2. No eres un tipo raro. Somos muchos.
    Y qué me dices de las mañanas de las juergas? Son deprimentes, con esa luz que aturde ya de retirada. La noche es más evocadora, no está infectada de deberes y obligaciones, no está cronometrada para decirte cuándo debes comer, trabajar o descansar.., la noche es libertad en estado puro!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¿Algún comentario?