Esos cabrones que roban en los contenedores
De las muchas tareas que podemos emprender en la vida ninguna resulta tan necesaria -y tan ardua e inacabable- como la de entender a los demás.
Un perro contempla desde su apacible y algo precaria caseta de madera en el jardín como sus amos, a los que tanto aprecia, meten al caer la tarde sus más valiosas pertenencias en bolsas de plástico blancas que luego depositan con cuidado en un enorme contenedor verde con tapa, diseñado, sin duda, para mantenerlas a buen recaudo. Sin embargo, a la mañana siguiente, unos desaprensivos con trajes reflectantes aparecen a bordo de su ruidoso camión y, en apenas un instante, se lo llevan todo.
¿Qué puede pensar el pobre perro de esos cabrones?
Así actuamos todos respecto a los demás. No entendemos nada o lo entendemos todo al revés porque construimos nuestra visión del mundo sobre nuestros propios pensamientos y creencias como si fueran inquebrantables leyes de la naturaleza, en lugar de aceptar que no son sino el reflejo de nuestra efímera y personal mezcla de genética y experiencia. Un magma azaroso que, a la buena de diós, sin plano ni manual de instrucciones, acaba haciendo de cada uno de nosotros ese ser extraño, complejo y casi siempre maravilloso que nunca llegaremos a entender del todo (afortunada y desafortunadamente).
El perro descubre que las bolsas están llenas de basura y a continuación sus amos lo arrojan directamente en el contenedor gris (productos orgánicos). Todo un detalle por su parte.
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