Crónica impresionista de una época


En estos años hemos tenido dos presidentes. El primero, Aznar, superó su timidez hasta convertirla en una patética megalomanía que tendría su momento estelar en la exuberante e inagotablemente risible boda de su hija. Del otro, Zapatero, baste decir que era un individuo que, si hubiera tenido que negociar con los caníbales, habría sido capaz de ofrecerles misioneros.

Durante este periodo han pasado cosas delirantes: había dinero, muchas ideas absurdas y muchos conocidos a los que pagar los vicios.

Una de las más curiosas ha sido la proliferación descontrolada de aeropuertos. De repente, no se muy bien mediante qué tipo de chusco y/o cuasipatológico proceso mental, disponer de un aeropuerto se convirtió, para los políticos de todo pelaje, en la solución a todos los problemas. Un aeropuerto atraía (al parecer) turistas, negocio, dinero y riqueza y por eso todos querían uno como antes habían querido un polígono industrial, una estación del AVE o una universidad propia. Así, uno a uno los aeropuertos fueron goteando hasta alcanzar la bonita cifra de 52.

Uno de los proyectos más delirantes fue el de Ciudad Real, en el que se llegarían a evaporarse nada menos que 1100 millones de euros. Empezó llamándose (en un ataque de optimismo geográfico) Madrid Sur, hasta que Esperanza Aguirre se cabreó y dijo que de eso nada monada. Luego pasó a llamarse Aeropuerto Don Quijote. Luego Don Quijote Airport y luego Aeropuerto Central de Ciudad Real (curiosa denominación que sugiere la existencia de un segundo fantasmagórico aeropuerto en la provincia).

José María Barreda -un político especialmente poco dotado en un colectivo bastante falto ya de por sí- decía por entonces que generaría 4500 puestos de trabajo directos y otros tantos indirectos. Luego se descubrió que nunca había habido un plan de negocio y que el verdadero negocio era el aeropuerto: los socios se contrataban a si mismos como proveedores. La Caja de Ahorros de Castilla la Mancha, que tenía casi el 40% del capital , pese a que se decía que era el primer aeropuerto privado de España, sería la primera  intervenida por su lastimosa situación económica.

En el aeropuerto, inaugurado en 2008, hoy solo vuelan grajos y estorninos.

No demasiado lejos, unos años más tarde, Carlos Fabra, mi ídolo y referente moral absoluto, el hombre al que siempre favorece la lotería, inauguraba solemnemente el de Castellón. Tras rebatir a quienes le criticaban por inaugurar un aeropuerto sin aviones -“no entienden nada”, dijo, “este es un aeropuerto para las personas”- y agradeció haber formado parte “de este sueño colectivo llamado PP”. Antes de cerrar los 22 minutos de discurso y de recibir una atronadora ovación de un minuto, concluyó: “Ciudadanos de la provincia, aquí tenéis vuestro aeropuerto. Que Dios os bendiga".

Más tarde, dirigiéndose a uno de sus nietos añadió (juro que no me lo invento): "¿Te gusta el aeropuerto del abuelo?".

En el aeropuerto de Castellón nunca ha volado nada que no menee las alas y que no esté adecuadamente revestido de plumas.

PSOE (Ciudad Real) y PP (Castellón). Dos ejemplos de gestión y de inteligencia.

La verdadera tragedia de España en este tiempo es que hemos estado gobernados por auténticos imbéciles capaces de construir puentes donde no había río. Patanes como Pepiño  Blanco que se vanagloriaba de que España tuviera más kilómetros de AVE que ningún otro país del mundo (siendo como era tan corto de entendederas, ese curioso hecho no le producía la menor extrañeza). En el colmo del paroxismo y del humor involuntario el PP de Gran Canaria llegó al gobierno regional prometiendo un tren de alta velocidad (!!!) para la isla (quiero creer que intrainsular y espero que con un potente sistema de frenado).

Todos estos individuos (o sea, esta panda de fatos y babayos, por usar una expresión muy asturiana) forman parte de una casta que no sólo les ha permitido enriquecerse sino que, además, les deja a salvo de cualquier responsabilidad por sus desmanes (para muestra las recientes amnistías del PP de varios altos cargos de CIU o las que en su día hizo el PSOE). Una casta de inútiles que, además de habernos arruinado, ahora se ofrecen como la solución a todos nuestros problemas y que, en el colmo de la caradura, nos recuerdan que todo esto ha pasado porque los ciudadanos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Con todo, siendo verdad, hay que decir que si la mayor parte de nuestros políticos son bobos de baba -que lo son y mucho- no lo son más ni menos que el ciudadano medio, cuyo nivel intelectual produce pena y pavor -según el momento-. Por eso nadie ha ganado jamás las elecciones en España diciendo la verdad, hablando de sostenibilidad, de racionalizar el gasto y de evaluar la rentabilidad de las inversiones. Las elecciones se ganaban prometiendo castillos, pirámides, casinos, aeropuertos, piscinas, trenes, autovías y parques de atracciones. Con la ventaja, claro, de que, llegado el momento, esas pomposas inversiones te permiten enchufar al cuñao, al hijo de la vecina y, a falta de otro recurso, echar mano (a veces literalmente) de la secretaria macizorra de turno.

Para muestra un botón. Ojo al perspicaz comentario de un lector de El País, que, bien mirado, no es tanto un comentario como la impúdica exhibición de un soberano nivel de imbecilidad:

"No sé si tendremos muchos aeropuertos o no, lo que si es cierto es que las ciudades más chiquititas de España estamos hasta las narices de que todo ocurra en Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla, Málaga, A Coruña o San Sebastián. Cuanto más grande es una ciudad, más barre para si misma y el resto de ciudades nos quedamos con cara de gilís, este país debería tener las cosas mucho más repartidas, así se fomentaría el negocio del transporte".

PD. Como todo no van a ser malas noticias  y para evitar que algún que otro crítico de aviesas intenciones me acuse de solazarme en los aspectos más oscuros de la realidad, quiero subrayar  que, según acaban de comunicarme, acaba de despegar el primer aeroplano del aeropuerto de Castellón. Tenemos incluso testimonio gráfico del épico momento, que a buen seguro marcará un antes y un después en la historia de la navegación aérea española:




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