Hybris, shoah y diecisiete reyes godos



NOTA. Los seres humanos de la foto, trabajadores esclavos rusos, polacos y holandeses fueron internados en el campo de concentración de Buchenwald con un promedio de 73 kg. cada uno. En menos de un año su peso promedio era de 31 kg. La información se conoce gracias al fervor estadístico del aparato burocrático nazi y puede encontrarse en la formidable entrada de la Wikipedia sobre el Holocausto.









La expresión griega hibris (o hybris) alude al desprecio temerario hacia los demás, al orgullo excesivo y a la falta de control sobre los propios impulsos.

Si hay un periodo de nuestra historia -casi siempre cruenta- en la que esa hybris se manifiesta con toda su crudeza ese es, sin duda, la segunda guerra mundial y, en particular, el sistemático y planificado exterminio de la raza judía que Hitler y sus secuaces llevaron a cabo al amparo de lo que, con despreciable retórica burocrática, dieron en llamar la "solución final".

Desde niño me he sentido atraído por el fenómeno de la Shoah (el holocausto). Esa atracción intelectual gira en torno a la idea de que, si bien no tiene nada de extraño que un individuo -Hitler- o unos cuantos -Himler, Heydrich o Eichman- se concierten con un propósito criminal, resulta, en cambio, bastante sorprendente que sean capaces de convencer a millones de conciudadanos alemanes, de todos los estratos sociales y culturales, de que esa tarea tan contraria a los más elementales principios éticos, no solo estaba justificada sino que, de alguna forma, resulta imprescindible para el destino de Alemania.

En este sentido, me importan algo menos los avatares de la guerra o la figura de Hitler y sus peripatéticos (y sin embargo mortíferos) secuaces. La Segunda Guerra Mundial fue una guerra justa que los aliados ganaron gracias al sacrificio de millones de vidas y que, por cierto, había de ser librada a toda costa (siempre he pensado que el pacifismo indiscriminado constituye una forma severa de debilidad mental). Y en cuanto a Hitler y su troupe de sádicos asesinos no dejo de pensar que si áquel fuera un poco menos inútil y hubiera aprobado su examen para entrar en el conservatorio se habría convertido en un inofensivo músico repleto de ideas extravagantes. Fue sólo la conjunción de una encrucijada histórica muy singular y el magnetismo de su sádica psique lo que hizo posible el nazismo.

La cuestión clave, a mi juicio, es aquella que atañe a la responsabilidad individual. No ignoro los mecanismos psicológicos que condicionan y moldean nuestro comportamiento y que, sin duda, allanaron el camino de Hitler como facilitaron en su día el de Richard Manson o el de cualquier imán religioso. Pero, desde niño, nunca ha dejado de sorprenderme y de asombrarme la idea de que hasta los ciudadanos mejor formados de Alemania se hubieran dejado arrastrar por la estúpida fiebre nacionalsocialista que habría de culminar con la tortura y el asesinato de varios millones de judíos.

¿No era la cultura un antídoto, como yo creía a pies juntillas, contra la barbarie? ¿Hay alguna esperanza para el ser humano si no lo es?

No hay, por fortuna, una respuesta simple. Hubo algunos intelectuales y bastantes ciudadanos alemanes que se opusieron al nazismo pagando un alto precio por ello. Otros, en cambio, estando en mejor situación para hacerlo, no lo hicieron. ¿Por qué? Porque la distribución social del valor personal y de los principios éticos no viene necesariamente determinada por el nivel educativo o cultural: hay gente con unas cuantas licenciaturas o un doctorado que, si fuera necesario para medrar, no dudaría en arrastrar de los pelos a su propia madre por un lecho de estiércol erizado de alambre de púas y, en cambio, hay otra gente a la que tal cosa le resulta inconcebible.

Hay que hacerse mayor y haber vivido algo mas para entender que el valor y la rectitud moral son virtudes que, a menudo, residen donde menos sería de esperar y, que, con igual frecuencia y por desgracia, están ausentes donde a priori no debieran faltar nunca. Por eso hay miembros de las familias reales que hacen de la corrupción un modo de vida, profesores negligentes que miran para otro lado cuando son testigos una injusticia o dentistas que se inventan endodoncias imaginarias para añadir  unos cuantos ceros a su cuenta corriente.

Aceptar esta cruel realidad produce, en ocasiones, dolores de estómago y es causa de no pocas noches de insomnio, pero no hay nada malo en que sea así: ese difuso dolor periumbilical o esas dificultades para dormir son la mejor evidencia de que existe, en algún lugar difuso de quienes experimentan esos síntomas, una recta conciencia moral que es, sin duda, el bien más preciado que cualquier ser humano puede llegar a atesorar.

El problema (ay!!!!) es que, si bien esa dimensión ética del ser humano puede y debe ser estimulada por la cultura y la educación, no hay nada que una y otra puedan hacer para suplirla allí donde, por la razón que sea, no ha llegado a arraigar. Cuando eso ocurre, más tarde o más temprano, bajo el influjo adecuado (Hitler, Stalin, Pol-Pot y tantos otros) la bestia escarbará hasta asomar su sucio hocico y entonces, con esa inasequible banalidad tan característica, el mal se manifestará en toda su extensión.

Bien pensado, quizás sea esa una de las características más inquietantes del ser humano.

PD. No hay que confundir la cultura con el conocimiento. Aprender de memoria la lista de los reyes godos del reino católico de Toledo no nos hace mejores y, como tantas otras cosas, no sirve para nada. La cultura exige algo más:

a) Tener un conocimiento transversal -saber, por ejemplo, que fueron diecisiete en apenas cien años (entre el 586 y el 711), lo cual hace una media de apenas... poquitos (soy de letras, que le voy a hacer).

b) Entender las implicaciones de esa información -que, en medio de formidables luchas intestinas y religiosas, tenían el reprobable hábito de matarse unos a otros, incluso entre familiares directos, para allanarse el acceso el trono-.

c) Y, por último ser capaces de interrelacionarla y enjuiciarla éticamente con rigor intelectual, espíritu crítico y mentalidad abierta.


Excuso decir -y sin embargo no puedo evitar decirlo- que en todas esas tareas los padres, la escuela y los medios de comunicación tienen un papel fundamental y que no estoy seguro de que ninguno de ellos, en términos generales, preste demasiada atención (por decirlo suavemente) al asunto.

PD2. Ilustra muy bien el sentido de mi entrada la historia de Leovigildo que ordenó que su propio hijo fuera ejecutado por negarse a recibir la comunión arriana. Hermenegildo se había convertido al catolicismo y su padre, al saberlo, le declaró la guerra. No contento con eso, vertió oro a manos llenas entre las tropas romanas -aliadas de su hijo- para que le traicionasen. Al final, huyendo a la desesperada, Hermenegildo se refugia en una iglesia y su padre, para no profanar el suelo sagrado (se ve que eso sí era importante), envía a Recaredo -su hermano- para que le convenza de que si se rinde salvará su vida. Tras su redición Hermenegildo fue encadenado y encarcelado y, después de un último intento por convertirlo enviándole un obispo arriano camuflado en medio de la noche para confundirle, su padre ordenó que fuera decapitado.

Comentarios

  1. Me sorprende a menudo como todavía tenemos el valor de autodenominarnos humanos.. Y más aún, creernos realmente superiores a los animales que solamente matan por su propia supervivencia.

    Saludos!

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