Liberalismo y cuatro chorizos robando el piso de unos ancianos



Soy liberal. 

Por lo común, cuando un español afirma que es liberal quiere decir en realidad:

a) Que lee Libertad Digital y se pasa las noches aplaudiendo las flatulencias del canal Intereconomía, o bien,

b) Que es un liberal en lo económico: que está a favor de que gane la carrera el que más corre o, en su caso, el que tenga comprado al árbitro.

Para aclarar el asunto diré que ni los unos ni los otros son liberales. Son fachas hispánicus. Fachas de toda la vida. Son libres de serlo, por supuesto; pero ser, son: fachas. 

Yo soy un liberal en materia de derechos individuales. Creo que esos derechos preexisten y anteceden al estado, que no puede en ningún caso vulnerarlos y que una de las principales funciónes del ordenamiento jurídico es evitar que lo haga con cualquier pretexto (como garantizar la seguridad o el orden público).  Estoy a favor del matrimonio homosexual, de la plena igualdad de hombres y mujeres y del derecho de toda persona a que el estado no se entrometa en su vida, opiniones y creencias, más allá de lo que resulte imprescindible (realmente imprescindible) para garantizar una convivencia razonable.

Creo que un estado demasiado grande es un estado peligroso: la historia revela que tenderá a ocupar todo el espacio social, a regularlo todo para justificar su propia existencia, a derrochar recursos y a sepultar los incentivos económicos bajo un arsenal normativo tan proceloso como una tonelada de calcetines usados. Es el caso, sin ir más lejos, de este estado nuestro con 17 autonomías y casi 9000 municipios que, además, resulta imposible de sostener.

En cambio soy un liberal mucho más moderado en el terreno económico, porque el liberalismo económico se ha convertido con frecuencia en un instrumento al servicio del poder que se limita a dar cobertura teórica (o retórica) a cualquier cosa por más injustificable que resulte desde un punto de vista moral. El estado no debe intervenir en la economía a tontas  y a locas (creando empresas públicas sin cuento o prestando servicios que el mercado puede proveer en mejores condiciones). Pero es imprescindible que lo haga cuando se trata de eliminar las desigualdades y garantizar la consecución del óptimo social.

Un ejemplo. Ayer, por televisión, vi como una pareja de ancianos se salvaba in-extremis de que les fuera embargado su piso por haber avalado el de uno de sus hijos. Cuando al quedarse en paro dejaron de pagar (es raro, porque como es sabido esto no suele pasar en España), además de quedarse con su piso, el Banco o Caja quería, naturalmente, agenciarse el de sus padres. La presión popular y el miedo a una propaganda indeseable hizo que al final el asunto no prosperara (aunque, si no me equivoco, tendrán que pagar al banco una cuota mensual).

Mi primera impresión fue que, en caso de que la cosa hubiera acabado en desahucio los abuelos deberían haber cogido una metralleta y, como primera providencia, liarse a tiros en el Congreso de los Diputados con tanto mangante y tanto chorizo con facultades legislativas que ha permitido-facilitado-amparado este estado de cosas. Con un poco de suerte, dado el funcionamiento de la justicia en España su causa prescribiría, el juez sería imputado por su mala instrucción o, como mal menor, serían indultados por el gobierno (aunque esto último solo parece al alcance de dos tipos de delincuentes: políticos y peces gordos).

Luego, pasado el ardor criminal inicial, me acorde de unas palabras que escribió en 1802 uno de los pensadores liberales más importantes, el presidente Thomas Jefferson. Unas palabras que suscribo plenamente y sobre cuya vigencia dejaré que se pronuncie el lector:

"Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, seguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo sobre la tierra que sus padres conquistaron".

Segun otros, la cita original de Jefferson era la siguiente:

"Pienso sinceramente que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos en pie de guerra, y que el principio de gastar dinero para ser pagado con posterioridad, bajo el nombre de “financiación”, no es sino estafar en el futuro a gran escala”.

Sea cual fuere la versión correcta, no tengo nada más que añadir. 

PD. Mi ex-mujer intentó hacer en su día una tesis sobre las Cajas de Ahorro. Su argumento era que, al ser organizaciones sin dueño formal, tendían a ser cooptadas o apropiadas de facto por aquellos que estaban en mejores condiciones de conseguirlo (los partidos políticos en particular), cuyos incentivos no tenían nada que ver con los objetivos sociales-fundacionales de las Cajas (por eso las Cajas acabaron financiando las estúpidas ocurrencias de los reyezuelos locales de turno). El argumento era elegante e impecable, sólo que inconveniente en una época en la que la economía iba viento en popa y todas las Cajas parecían un prodigio de gestión, así que el asunto no llegó a buen puerto. 

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