Optimismo

                                             
Si tuviera que enunciar el rasgo que más me distingue de la mayor parte de mis conciudadanos no mencionaría mi devastadora potencia sexual ni mi desbordante inteligencia, sino el hecho de que, incluso ahora, en medio de la crisis y de una ola de pesimismo general, soy un incurable optimista histórico: creo que, pese a los múltiples contratiempos de nuestro tiempo, las cosas van -poco a poco y con muchos movimientos pendulares- cada vez a mejor.

Para ilustrar esta idea basta un ejemplo: ¿En qué otra época un pariente directo del soberano, el marido de una de sus adoradas hijas, sería juzgado por delitos económicos? ¿No es sólo eso, por si mismo, la evidencia de un progreso incuestionable?

Si ya se que Krugman sostiene que vivimos en un mundo en el que los ricos apenas pagan impuestos y nadie puede negar que eso sea verdad. Y que hay incontables y dolorosas injusticias por todas partes.


Con todo, incluso estos argumentos (tan populares como populistas, dicho sea de paso) son también reversibles: al menos ahora los ricos pagan impuestos cuando se compran un Mercedes o un Porsche, mientras que no hace más que unos cuantos siglos -que es lo mismo que decir anteayer en términos históricos- eran los demás quienes les pagaban diezmos y primicias para que se compraran carruajes repletos de dorados y oropeles. Y en cuanto a las injusticias, la existencia humana ha discurrido siempre en medio de la amoralidad, la injusticia y la opresión y sólo ahora una parte de la población mundial ha comenzado, en lo que constituye una absoluta novedad histórica, a ser realmente libre. No soy tan cretino como para afirmar que no hay injusticias ni sufrimiento: afirmo que hay menos que en cualquier otro momento de la historia globalmente considerado.

Por otra parte, no hay ninguna ventaja en pensar que no hay esperanza, ni en convencer a los demás de que la esperanza no existe. De hecho, aunque acostumbre a decirse lo contrario no existe la falsa esperanza: toda esperanza, por efímera o infundada que sea, es mejor que la resignación y el abandono. Nada bueno ha sido hecho jamás por aquellos que predican que no hay esperanza, incluso en las situaciones más difíciles.

Y en especial, en las situaciones más difíciles.


PD. Es fácil hablar. Pero resulta más difícil tener esperanza si te acaban de despedir, si hace mucho tiempo que te han despedido y no encuentras trabajo, si no hay forma de conseguir tu primer empleo, si tienes un tumor que amenaza tu vida o si has perdido a algún ser querido. Yo he pasado en primera persona por todas esas dificultades -por todas- y mi estado de ánimo no era el mejor cuando eso ocurría. A veces me costaba levantarme de la cama y muchos días hubiera preferido no hacerlo. Pero, aunque siento una repugnancia instintiva por los manuales de autoayuda y por el buenismo inocente y despreocupado, nunca he encontrado consuelo en la desesperanza ni creo que esa receta sirva para confortar a nadie, por muy crueles que sean las dificultades a las que uno haya de enfrentarse.

PD2. Lo que me mosquea de Krugman es que tiene una curiosa tendencia a decir el tipo de cosas que a la gente le encanta escuchar. Y eso me resulta algo sospechoso, porque un atributo característico de la verdad es la inconveniencia y la impopularidad.

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