Paseos



La vida es una especie de paseo largo, más bien ajetreado y, por desgracia, no exento de badenes, socavones y contratiempos.

Al margen de las pavadas del amor, de las ensoñaciones almibaradas del romanticismo y de los astringentes exabruptos del deseo, hay que reconocer que, se diga lo que se diga, ese camino resulta mucho menos fatigoso si se recorre en compañía de alguien que nos quiera y que acepte -dentro de un orden- nuestras innumerables tonterías (tampoco se puede pedir mucho más, que no está el horno para bollos).

Ya lo dijo Luis Aguilé, ese gran filósofo disfrazado de cantante, con sus sempiternas corbatas arco iris y un aire general de notario de provincias bien provisto de cognac:

Es una lata el trabajar
todos los días te tienes que levantar
Aparte de eso, gracias a Dios
la vida pasa felizmente si hay amor.

No le den vueltas, amigos, se trata solo de eso: de que nos quieran aquellos que nosotros (por razones que siempre desconocemos y que casi siempre es mejor ignorar) queremos que nos quieran y de ir pasando los días lo mejor posible en compañía de personas que nos mejoren un poco o que, al menos, no nos ayuden a empeorarnos más de lo que ya lo hacemos nosotros mismos por nuestros propios medios.

A veces parece que hay otros asuntos más importantes. Me refiero a ese tipo de cosas cuyo brillo refulge incluso en medio de la noche más oscura -el éxito, el reconocimento social, el dinero-. Deseos que anidan desde antiguo en el impreciso y vasto territorio de nuestros sueños infantiles y que, a ratos, como los cantos de sirena, juraríamos que nos invocan pronunciando, una a una y en voz baja, las letras de nuestro nombre.

Hacerse mayor consiste en reconocer que ese brillo no vale nada, que todos los cantos de sirena son de cartón-piedra como los decorados de aquellas viejas películas de Cecil B. Demille protagonizadas por Charlon Heston o Victor Mature que siempre nos endilgan por Semana Santa y que, si hacemos memoria, ya hemos desandado alguna que otra vez esos caminos que al final, por más que serpenteen arriba y abajo, no conducen a ninguna parte.


PD. Ayer un amigo me comentaba que el otro día casi le meten un puro en la aduana de Andorra por importar una docena de botellas de Soberano. Se ve que su suegro sólo acepta este brebaje como ingrediente de los carajillos y, él, por hacerle un favor, decidió agenciarse unas cuantas botellas. Lo curioso fue que en un arrebato de locuacidad se lo explicó tal cual, con pelos y señales, al  guardia civil de la aduana y esté, en vez de multarle, suspiró hondamente en señal de infinita comprensión, meneó la cabeza y añadió:  - Ande, tire, tire, que me va a decir usted a mi, si yo le contara...

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